martes, 25 de abril de 2017

- Fatima, la maternidad espiritual de María

Fátima: Profecía esencial para nuestro tiempo
Aportaciones de San Juan Pablo II
1. Al cumplirse los cien años de los acontecimientos de Fátima queremos acudir a uno de los pontífices que más se han involucrado en la recepción y difusión del mensaje que no dudamos en calificar como “profecía esencial” para nuestro tiempo. San Juan Pablo II cuyo lema pontificio tiene una clara resonancia de devoción y entrega a la Virgen María, vio la mano providente y maternal de María en el atentado que sufrió un trece de mayo. Poco después de recuperarse, el santo Pontífice quiso leer el texto del mensaje que se custodiaba en los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, como sabemos, pensó inmediatamente en la gestión de la consagración pedida por la Virgen. Juan Pablo II hizo tres viajes apostólicos a Fátima. Por su contenido doctrinal queremos resaltar el primero de ellos, y concretamente su magisterio expresado en la homilía del 13 de mayo de 1982. La enseñanza allí expuesta continua teniendo una gran actualidad para una correcta hermenéutica de Fátima y su mensaje.
Juan Pablo II constataba que la maternidad que, por designio divino, se confirió a María, su maternidad espiritual para con todos los hombres y particularmente para los bautizados, se manifiesta de modo particular en los lugares donde ella se encuentra con sus hijos, las casas donde ella habita y se siente una especial presencia de la Virgen. Lugares particularmente privilegiados “donde los hombres sienten particularmente viva la presencia de la Madre” son los santuarios marianos, como Fátima y otros queridos explícitamente por la Virgen. Éste es un fenómeno muy importante en la renovación de la Iglesia. Lourdes, Fátima y otros muchos santuarios de toda la geografía mundial son como un imán poderoso que, por la mediación materna de María, atraen a millones de personas a Dios y las sustraen del mal y del pecado. Por esto, un servicio inestimable de Juan Pablo II al mensaje de la Virgen en Fátima ha sido su reiterada presencia en este importante santuario. El Cardenal Schonborn, en unas inspiradas reflexiones que hacía algunos años atrás constataba que los santuarios marianos del mundo son como el último puerto de salvación para la Iglesia. Juan Pablo II, peregrinando a Fátima, enseñaba con su ejemplo que estos lugares irradian luz, atraen a gente de todas partes y en ellos se realiza de manera admirable aquel singular testamento del Señor crucificado por el que “el hombre se siente entregado y confiado a María y allí acude para estar con Ella como la propia Madre.
2. En Fátima se expresa de modo intensa la maternidad espiritual de María. Según San Juan Pablo II, “maternidad expresa solicitud hacía la vida del hijo” y por esta solicitud, “María abraza a todos con una solicitud particular en el Espíritu Santo”. Es muy importante esta observación del Papa. En la economía de la salvación, es decir, en la realización histórica y concreta como Dios lleva adelante su designio de salvación, María tiene un lugar en la misión del Espíritu Santo acontecida en Pentecostés. En este sentido, Juan Pablo II formuló una magistral aportación mariológica en Fátima: “La maternidad espiritual de María es una participación al poder del Espíritu Santo, de Aquél que da la vida”.
  Así pues, María, en sus intervenciones, sean ordinarias o extraordinarias, siempre se hace presente para nuestra salvación, para nuestra vida en el sentido más pleno. Así lo expresa Juan Pablo II: “La solicitud de la Madre del Salvador es la solicitud para la obra de la salvación, la obra de su Hijo. Es solicitud para la salvación, para la eterna salvación de todos los hombres”. Y observaba que no es difícil constatar este amor salvífico de la Madre abraza con su rayo de manera particular “nuestro siglo”.
  Otro principio hermenéutico fundamental de Fátima es expresado magistralmente así por San Juan Pablo II: “A la luz del amor materno comprendemos todo el mensaje de la Señora de Fátima. Aquello que más directamente se opone al camino del hombre hacia Dios es el pecado, el perseverar en el pecado y, finalmente, la negación de Dios”. No es casualidad que la intervención salvífica de María el año 1917 acontezca precisamente en unos momentos oscuros de la humanidad cuando por primera vez el pensamiento humano ha formulado una ateísmo teórico que trata de implantar en unos proyectos de construcción del mundo sin Dios y, hay que decirlo, en contra de Dios. Proyectos que sólo generarán y generan desolación y ruina. A esta realidad se refiere Juan Pablo II al decir: “La programada eliminación de Dios del mundo del pensamiento humano. El apartar de El toda la actividad terrena del hombre. El rechazo de Dios por parte del hombre”. Ya Pío XII había señalado como mal supremo la pérdida del sentido de Dios y del pecado.
3. La Virgen en Fátima viene una vez más en nuestra ayuda contra la serpiente infernal y su ilusorio proyecto de “ser como Dioses”. Juan Pablo II, recordó solemnemente en este primer viaje a Fátima que “en realidad la eterna salvación del hombre sólo se da en Dios y que el rechazo de Dios por parte del hombre, si deviene definitivo, guía lógicamente al rechazo del hombre por parte de Dios, a la eterna condenación.
  ¿Cómo no va a intervenir la Madre ante un panorama tan peligroso y pavoroso para los hijos que le han sido confiados? El Papa lo formulaba así: “¿Puede la Madre, que con toda la potencia de su amor que nutre en el Espíritu Santo desea la salvación de todo hombre, callar ante aquello que amenaza las bases mismas de esta salvación? ¡Claro que no puede!”.  Como tampoco la Iglesia puede callar con una falsa misericordia ante el mal y el pecado que amenazan la ruina de sus hijos. La incomprensión hacia estas manifestaciones de María, como Fátima, por parte de los fieles resulta incomprensible en una lógica de fe pues estas intervenciones expresan la solicitud salvífica de Dios y que se realiza en la mediación de María.
La intervención extraordinaria de Fátima responde a una situación de grave peligro para la humanidad, del peligro mayor que siempre consiste en la muerte espiritual y en la frustración definitiva de nuestro destino eterno. Por esto, recuerda Juan Pablo II, el mensaje de la Señora de Fátima, tan materno, al mismo tiempo es fuerte y decidido, casi pareciendo severo. Este mensaje, continuaba exponiendo Juan Pablo II en aquella homilía del primer viaje, se dirige a todos los hombres pues el amor de la Madre del Salvador alcanza hasta donde llega la obra de la salvación. En el espacio y en el tiempo, y por esto el mensaje de Fátima es actual, profecía para nuestro tiempo. Añade el Santo Pontífice que objeto de la premura materna son todos los hombres de nuestra época, y al mismo tiempo, las sociedades, las naciones y los pueblos. Las naciones amenazadas por la apostasía y por la degradación moral, precisaba en santo Pontífice con palabras que, a casi cuatro decenios después de ser pronunciadas, evidencian su alcance profético. Y Juan pablo II aseveraba: “El hundimiento de la moralidad conlleva el hundimiento de la sociedad”. Deberíamos prestar también atención a unas palabras que san Juan Pablo II utilizó el año 1991 en una fórmula de consagración realizada en su segundo viaje a Fátima: “Muestra que eres Madre, Sí, continua a mostrarte Madre para todos, porque el mundo te necesita. Las nuevas situaciones de los pueblos y de la Iglesia son todavía precarias e inestables. Existe el peligro de sustituir el marxismo con otra forma de ateísmo que, adulando la libertad tiende a destruir las raíces de la moral humana y cristiana…”. Hoy nosotros pondríamos nombres muy concretos a este nuevo ateísmo que ya no es un peligro sino una realidad y que está arruinado nuestras sociedades.
4. ¿Y cuál es el verdadero remedio? La Virgen propone la consagración a su Corazón Inmaculado. La última parte de la histórica homilía de Juan Pablo II en Fátima el día 13 de mayo de 1982 nos ayudará a comprender el verdadero significado de esta importante petición de  María en Fátima.
  Para San Juan Pablo II, consagrar el mundo al Corazón Inmaculado de María, significa acercarse, mediante la intercesión de la Madre, a la misma “Fuente de la Vida”. ¿Cómo no darse cuenta de la similitud de esta expresión de Juan Pablo II con otra que hemos vivido hace muy poco? Me refiero obviamente al hilo conductor del Año Santo de la Misericordia y expresada así: “Corazón de Jesús, Fuente de Misericordia”. Para Juan Pablo II, esta Fuente brotó en el Gólgota y de manera ininterrumpida brota con la redención y con la gracia. En ella se realiza ininterrumpidamente la reparación por los pecados del mundo y de manera incesante es fuente de vida nueva y de santidad.
  Hace algunos años, en un opúsculo breve pero profundo, un buen mariólogo español, el P. Joaquín María Alonso, explicaba que la Consagración es un acto de la virtud de la religión perfectísimo, por el que se entrega a Dios, por medio de la Virgen, la persona humana con todo lo que es y tiene. Añadiríamos en perspectiva cristocéntrica que sólo existe una Consagración perfectísima y que es la que Cristo hizo de sí mismo al Padre por todos nosotros. A ésta consagración nosotros, por medio de María, estamos llamados a incorporarnos de la manera más perfecta posible. San Juan Pablo II lo explicitó claramente en una de las fórmulas de consagración que formuló acogiendo el pedido de Fátima. Dijo: “He aquí que, encontrándonos hoy ante ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí mismo al Padre cuando dijo Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en la verdad…Queremos unirnos a nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual, en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y de procurar la reparación”. Ésta es la fuente de toda consagración por parte nuestra. En la misma fórmula de consagración, San Juan Pablo II advertía que “el poder de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho, ha sembrado en nuestro tiempo”. Cristo puede hacer, el único, esta consagración en representación de toda la humanidad, pues El es por derecho propio cabeza de la humanidad, Adán definitivo. Y unida indisolublemente a Cristo, María, nueva Eva, asociada a la Redención a título del todo singular.
5. En esta perspectiva, entendemos mejor la enseñanza de Juan Pablo II en la homilía de su primer viaje a Fátima. El Santo Pontífice insiste en que consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María significa retornar al pie de la Cruz del Hijo, quiere decir consagrar este mundo al Corazón traspasado del Salvador, situarlo de nuevo en la fuente misma de su Redención. Juan Pablo II recuerda una vez más que “la Redención es siempre mayor que el pecado del hombre y el pecado del mundo y que el poder de la Redención supera siempre y de manera infinita toda la gama del mal que hay en el hombre y en el mundo”. La Consagración al Corazón Inmaculado de María, instrumento del Espíritu Santo, podemos decir, nos conduce perfectamente a la acción salvífica de Cristo y por ella al Padre. 
  María, explica San Juan Pablo II, nos llama no sólo a la conversión necesaria para acoger la Redención, sino que nos llama a dejarnos ayudar por Ella, Madre, para retornar a la fuente de la Redención. Así, consagrarse a María significa dejarse ayudar por ella para ofrecernos nosotros mismos y la humanidad a Aquel que es Santo, infinitamente Santo. Y dejarse ayudar por Ella, recorriendo a su Corazón de Madre, abierto al pie de la cruz al amor hacia todo hombre y hacia todo el mundo, para ofrecer el mundo, el hombre, la humanidad y todas las naciones a Aquel  que es infinitamente Santo y cuya santidad se ha manifestado en la Redención realizada por el Sacrificio de la Cruz. Y Juan Pablo II vuelve al texto de Jn 17, 19 donde Cristo mismo nos da la clave de comprensión: “Por ellos yo me consagro a mí mismo”. De esta forma, concluye, Juan Pablo II, es imposible no ver que el contenido de la llamada de la Señora de Fátima no esté enraizado de la forma más profunda en el Evangelio y en toda la Tradición, y, por esto, la Iglesia se siente comprometida con este mensaje.
6. San Juan Pablo II recuerda que se presentaba a Fátima movido por una urgencia trepidante, se presentaba ante la Virgen releyendo con inquietud la llamada materna a la penitencia y a la conversión porque “ve cuántos hombres y cuántas sociedades, cuántos cristianos, han recorrido un camino en dirección opuesta a la indicada por el mensaje de Fátima”. Y constataba que “el pecado ha ganado un fuerte derecho de ciudanía en el mundo y que la negación de Dios se ha difundido ampliamente en las ideologías, en las representaciones del mundo y en los programas de los hombres”. Por esto recordaba que la llamada evangélica a la penitencia y a la conversión hecha por la Virgen es siempre actual, y en aquel momento, sesenta y cinco años después de 1917, era todavía más urgente. ¿No lo será todavía más ahora cuando se cumple los 100 años?
  Finalizamos con una consideración muy importante de San Juan Pablo II. Se refiere a la actualidad constante de Fátima, a lo que nosotros hemos llamado “profecía esencial”. El Papa, al final de esta histórica homilía que hemos glosado, nos decía que “la llamada de María no es puntual, sólo para una ocasión. Está siempre dirigida a las nuevas generaciones, según los siempre nuevos signos de los tiempos. Se debe por esto volver incesantemente a esta llamada y acogerla siempre de nuevo”. Y en esta perspectiva, hay que renovar una y otra vez la espiritualidad de la consagración y la práctica diligente de los pedidos de la Señora de Fátima. San Juan Pablo II prestó un inestimable servicio al mensaje de Fátima acudiendo al Santuario, difundiendo el mensaje en su totalidad, realizando la consagración pedida y promoviendo los medios para la constante vivencia del llamado de Fátima. Al final de su pontificado nos dejo, en esta perspectiva, tres perlas preciosas: la carta apostólica sobre el Rosario, la encíclica sobre la Eucaristía y  la carta en forma de motu propio, Misericordia Dei, sobre la Penitencia. Tres caminos imprescindibles para transitar el camino que Dios, en Fátima, y por medio de la Virgen, nos ha dado para acoger su Salvación.
*Benedicto XVI, el 13 de mayo de 2010, nos recordaba que “se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada”.
Dr. Juan Antonio Mateo García
Sociedad Mariológica Española


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