miércoles, 13 de agosto de 2014

- Madre de Misericordia

Maria, refugio de pecadores. Madre de Misericordia. El Buen Ladrón...

En Fátima María enseñó también a los tres niños esta oración: “Oh Jesús mio, perdona nuestros pecados…líbranos del infierno… lleva al cielo. especialmente a los mas necesitados de tu Divina Misericordia”)

Maria por ser la madre de Jesús nazareno, el condenado a morir crucificado, fue autorizada a acercarse al pie de la cruz. Allí en el calvario María pudo ver el cambio que se operó en el corazón del ladrón crucificado junto a su Hijo, al que desde ahora llamaremos “el Buen Ladrón”.
María es la criatura que ha experimentado más que nadie el Amor divino, y al mismo tiempo la que ha hecho posible la revelación de la Misericordia, por el sacrificio y la participación de su propio corazón en ella. Nadie ha experimentado como ella, la Madre del Crucificado, el misterio de la Misericordia divina realizada allí en el Calvario de Jerusalén.
Lo que animaba a Jesús, en medio de la traición y el abandono, mientras agonizaba en la cruz rodeado de sus perseguidores, era el amor a los pecadores, que expresaba en el perdón a sus enemigos.
No se puede dudar de que María fue la que transmitió al evangelista San Lucas el triunfo de la Misericordia que nos revela el episodio del Buen Ladrón:
 En el calvario se estableció una relación entre Jesús, el Buen Ladrón y María, que llena de compasión, mirando a su Hijo, le ofrecía y se ofrecía ella misma para la salvación del mundo. De pie ante la cruz de Jesús, María acababa de recibir a los dos ladrones, al mismo tiempo que al discípulo (Juan) y a todos nosotros, como a sus propios hijos. María solo puede orar por los dos ladrones, ofrecer su corazón sufriente, y ofrecer a su Hijo Jesús, el Inocente. Y se podría decir que la “Madre de Misericordia”, que está allí orando y suplicando, se halla como “a las puertas del infierno” para la salvación de los más necesitados de la Divina Misericordia. (aquí debemos recordar la oración que Ella enseñó a los niños de Fátima: “Oh Jesús mio, perdona nuestros pecados…. especialmente a los mas necesitados de tu Divina Misericordia”).
Hoy vemos que el mundo atraviesa una crisis de esperanza y, sin embargo, Jesús siempre sale a buscar a quien parece perdido. A cualquiera que vuelva hacia Él su mirada, Jesús le ofrece su Misericordia con tanto amor como mostró hacia el bandido (el Buen Ladrón) que agonizaba en el calvario, crucificado a su derecha.
El Buen Ladrón no solamente creyó en la muerte salvadora de Jesús, sinó que se dirigió a Él con una sincera oración:”Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. El Buen ladrón fue escuchado y colmado con la mayor medida posible: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
El Buen ladrón nos transmite ese mensaje: la Misericordia Divina puede, en un momento, hacernos pasar del abismo más profundo a la santidad más elevada. El Buen Ladrón fue el primer santo de la historia de la salvación: le bastó un último instante de conversión auténtica para ser el primero en “entrar conmigo en el Paraíso” (Jesús en la Cruz al Buen Ladrón)
El tiempo actual que vive el mundo y la Iglesia está marcado por el olvido y el rechazo de Dios, por el menosprecio a la Ley de Dios (ejemplo, los Diez Mandamientos) y por las consecuencias dramáticas que todo ello lleva de confusión, de división interior, en las familias y en todos los órdenes de la sociedad y, con ello, la falta de paz, de alegría y de enorme sufrimiento.
El testimonio del Buen Ladrón ayuda a los hombres de hoy a recorrer el camino de la aceptación humilde, gozosa y esperanzada de la Misericordia Divina, librándolos de la tentación de replegarse sobre sí mismos, hundiéndose en su propia angustia y desesperación.
Maria es la que le habría contado a San Lucas los pormenores de la infancia de Jesús, ella es la que le habrá contado la historia de este ladrón que miró hacia el Salvador con toda su pobreza y en quien la Divina Misericordia entró a raudales de una sola vez.
San Juan Pablo II nos enseñó en su Enciclica Dives in Misericordia: “María ha sido llamada de manera especial a acercar a los hombres al Amor que Jesús había venido a revelar: Amor divino cuya manifestación más concreta es a favor de los que sufren, de los pobres, de los presos, de los ciegos, de los oprimidos y de todos los pecadores”.

Fátima nos trajo, y continúa trayéndonos, la certeza del amor infinito de Dios por la humanidad. Dios quiere salvar a todos los hombres: "Lleva a todos los hombres al cielo..." así se expresa la universalidad del designio salvífico de Dios. El infierno —el terrible infierno visto según las imágenes pictóricas de la época— es una posibilidad. Los hombres son libres de aceptar o de rehusar a Dios. Pero es evitable: Todos los hombres se pueden salvar, ¡el amor de Dios siempre es mayor que nuestros pecados!

Seguros del amor de Dios, motivados a un cambio de vida, abandonando los caminos del egoísmo, el odio, la violencia, el sensualismo y la injusticia. Volviéndonos como María, "cómplices" de Dios y sus aliados. No sólo no ofendiendo a Dios que está muy ofendido por nuestros pecados, por nuestra inercia y por nuestra indiferencia respecto a sus proyectos de salvación, sino también queriendo estar con Él, ofreciéndole, como a un Amigo que se ha ofendido, nuestro amor, nuestra solidaridad y nuestro desagravio.

Un estudio más atento del Mensaje de Fátima, la traducción de sus grandes llamamientos al lenguaje actual, la reflexión sobre los acontecimientos y las realidades del mundo de hoy y la meditación de la Palabra de Dios, ponen de relieve la actualidad del Mensaje de Fátima. De hecho, este Mensaje "contiene una verdad y un llamamiento que, en su contenido fundamental, son la verdad y el llamamiento del propio Evangelio" (Juan Pablo II en Fátima, mayo 13 de 1982).


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