lunes, 25 de septiembre de 2023

- María, Mujer eucaristica

                                           Cuadro del Museo de la Curia de Quito

María, Mujer Eucarística

  “María perseveraba en la oración con la primera comunidad en espera del Espíritu Santo. Así pues, la presencia de la Madre «no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan»

El Papa Juan Pablo II, en su encíclica: "Ecclesia de Eucharistia", ha propuesto a toda la Iglesia reflexionar sobre el vínculo existente entre María y la Eucaristía. Así en el capítulo VI de la mencionada encíclica, titulado En la escuela de María, Mujer “eucarística”, nos dice que Ella «puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él»[1].

  En base a esta afirmación del Papa podemos preguntarnos: ¿Qué relación tiene María con la Sagrada Eucaristía? ¿La Madre participó en la Última Cena cuando Jesús instituyó este sacramento o, en todo caso, en las celebraciones eucarísticas de la primera comunidad cristiana? ¿Está presente la Madre en todas las ceremonias eucarísticas de la Iglesia? ¿Qué puede enseñarnos María respecto a nuestro amor al Señor Jesús sacramentado?.

  Siguiendo las reflexiones del Papa lo primero que debemos decir es que en toda la Sagrada Escritura no se menciona explícitamente la relación entre María y la Eucaristía. «A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María»[2]. Sin embargo sabemos, siguiendo el relato de los Hechos de los Apóstoles, que María perseveraba en la oración con la primera comunidad en espera del Espíritu Santo[3]Así pues, la presencia de la Madre «no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan”»[4].

  Pero, más allá de la participación de María en las primeras misas, «la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida»[5]. Como nos dice Juan Pablo II en su carta apostólica Mane nobiscum Domine, Ella «encarnó con toda su existencia la lógica de la Eucaristía»[6]. Podemos decir pues que la espiritualidad de María es una espiritualidad netamente eucarística. De esta forma «la Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio»[7].

Ante el misterio eucarístico

En la Eucaristía «está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir más allá de las apariencias»[8].

  La Eucaristía es un misterio de fe. Sin embargo, «… el hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio»[9]. En el momento de la celebración de la Eucaristía la fe es puesta a prueba, pues como dice Santo Tomás de Aquino: la vista, el gusto y el tacto se engañan, solamente el oído cree todo»[10]. Nadie como María puede educarnos en esta virtud para reconocer, más allá de las apariencias sensibles, a Cristo Vivo. ¿Y cómo ha vivido María su “fe eucarística”?

  «En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios»[11]. ¿Por qué? El Papa nos responde: «María concibió en la Anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor»[12].

  En un hermoso pasaje cargado de sentido teológico y poético nos enseña el Papa peregrino: «Ese Cuerpo y esa Sangre divinos, que después de la consagración están presentes en el altar… conservan su matriz originaria de María… En la raíz de la Eucaristía está, pues, la vida virginal y materna de María… Y si el Cuerpo que nosotros comemos y la Sangre que bebemos son el don inestimable del Señor Resucitado para nosotros viadores, lleva también consigo, como Pan fragante, el sabor y el perfume de la Virgen Madre»[13]. De esta forma «María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas»[14].

La Eucaristía en la vida de María

El Pan eucarístico que recibimos es el verdadero Cuerpo nacido de María Virgen. Jesús es «carne y sangre de María»[15]. Podemos descubrir de esta forma una semejanza profunda entre el hágase de María y el amén que cada fiel pronuncia antes de recibir el Cuerpo de Cristo. A María le pidió el ángel creer que Aquel que nacería de su seno era el Hijo de Dios y a nosotros se nos pide de manera análoga creer que es el mismo Señor Jesús quien está presente de forma verdadera, real y substancial bajo la apariencia del pan.

  En la visitación de María a su prima Isabel podemos descubrir a la Madre como «el primer “tabernáculo” de la historia»[16] donde el Señor Jesús, todavía oculto a los ojos y oídos de los hombres, «se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María»[17]. María es verdaderamente la “Custodia viva del Señor”, el «admirable ostensorio del Cuerpo de Cristo»[18].

  Podemos también releer el magnificat en perspectiva eucarística. Tanto la Eucaristía como el cántico de María son una acción de gracias a Dios que se complace en la humildad y obediencia de su Siervo, Jesús, y de su Sierva, María. Como en el “per ipsum”de la misa, María alaba al Padre por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu Santo, dándole todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Así pues, «¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat[19].

  La actitud de la Madre ante el nacimiento de su Hijo es también modélica: su mirada extasiada contemplando el rostro del Niño Jesús, tomándolo en sus brazos con todo el cariño de su amor maternal ¿no será acaso el modelo en el que ha de inspirarse cada fiel al recibir la comunión eucarística o al adorarlo presente en el sagrario?.

  Cuando unimos nuestra mente y nuestro corazón al sacerdote que repite el gesto y las palabras de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato «¡Haced esto en conmemoración mía!»[20], respondemos a la vez a la invitación de María en las bodas de Caná para obedecerle fielmente: «Haced lo que Él os diga»[21].

María hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía con toda su vida, especialmente al pie de la cruz: «Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como “memorial” de la pasión»[22]. ¿Qué habrá experimentado la Madre al escuchar de boca de Pedro, Juan y los demás apóstoles las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros»[23]? Para María recibir la Eucaristía debía ser una experiencia singularmente paradójica, puesto que es como si de nuevo acogiera a su Hijo en su corazón y en su vientre, participara de nuevo en su crucifixión y lo reconociese resucitado, realmente presente según su promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»[24].

  «Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. “Permaneced en mí, y yo en vosotros” (Jn 15,4). Esta relación de íntima y recíproca “permanencia” nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra»[25]. ¿Cuándo más podemos decir sino en el momento mismo de la comunión: «Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí»[26]? He ahí el ideal que anhela nuestro corazón, la plenitud de todas nuestras aspiraciones, el sentido último de nuestras vidas: ¡la comunión eterna!.

Dinámica eucarística de la existencia

El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y de dar testimonio. Recibir continuamente el don de la comunión sacramental implica también acoger el memorial de la Cruz, donde el Hijo nos entrega a su Madre, encomendándole la misión de velar por nuestra configuración con Él: «María guía a los fieles a la Eucaristía»[27].

  El cristiano auténtico reconoce en el misterio eucarístico la raíz y el secreto de su vida espiritual, el sacramento vivo de la gracia de Cristo y, por eso, siente que sólo puede pagarlo con la entrega de sí mismo.

  Así mismo las visitas al Santísimo han de ser un momento para profundizar en la gracia de la comunión y de la reconciliación sacramental y revisar nuestro compromiso con la vida cristiana; la confrontación de cada uno ante la Palabra de Dios, o en el silencio de la oración, permaneciendo ante Él y desplegándonos en el amor, debe impulsar a contrastar la verdad de la oración que siempre mueve a la conversión personal y al encuentro con los hermanos, dando con todo ello gloria a Dios.

CITAS BÍBLICAS

·         El Señor Jesús instituyó la eucaristía para quedarse por siempre con nosotros: Mt 26,26-29; 28,20; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20.

·         Semejanza entre el Hágase de María en la Anunciación-Encarnación y el amén que cada fiel pronuncia al recibir la comunión: Lc 1,26-38.

·         María es el primer “tabernáculo” de la historia: Lc 1,39-45.

·         Relación íntima entre la eucaristía y el magnificatLc 1,46-55.

·         Actitud “eucarística” de la Madre ante el nacimiento de su Hijo: Lc 2,1-20.

·         Relación entre las bodas de Caná y la eucaristía: Jn 2,1-5.

·         María hizo suya la dimensión sacrificial de la eucaristía con toda su vida, especialmente al pie de la Cruz: Jn 19,25-27.

·         Recibir la eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús: Jn 15,1-17.

·         La visita al Santísimo debe ser un momento fuerte para revisar nuestro compromiso con la vida cristiana: Jn 14,21.23.

·         Participar de la eucaristía nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la tierra: Gál 2,20; Jn 14,6-7.


·         PREGUNTAS

1.    ¿Por qué podemos afirmar que María es una “Mujer Eucarística”?

2.    ¿Qué cosas concretas descubres en la vida de Santa María que pueden ayudarte a crecer en tu piedad eucarística?

3.    ¿Tiene la Eucaristía un lugar central en tu vida? ¿Qué medios concretos pondrás para crecer aún más en tu amor a la Eucaristía?

4.    ¿Qué actitud tiene Santa María ante el misterio de la Eucaristía? ¿Y qué actitud sueles tener tú?

5.    ¿Eres realmente consciente del inmenso don que significa recibir al Señor Jesús Sacramentado? ¿Sueles prepararte adecuadamente para ello? ¿Cómo puedes mejorar aún más esta preparación?.

Interiorizando

El Papa Juan Pablo II, fiel devoto de Santa María, nos ha enseñado que es la Madre quién de una manera muy especial puede guiarnos hacia la Eucaristía puesto que tiene una profunda relación con este Santísimo Sacramento.

·         ¿Soy consciente de que María es el camino por excelencia para llegar a Cristo Sacramentado?

·         ¿Cómo me puede ayudar Santa María a acercarme a la Eucaristía?

  El Concilio Vaticano II nos enseña que la Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (Lumen gentium, 11). En la Eucaristía nos encontramos verdaderamente con el mismo Señor Jesús, que nos ofrece su propio Cuerpo y Sangre como alimento de vida eterna.

·         ¿Cómo evalúo mi amor a la Eucaristía? ¿Es la Eucaristía el centro de mi vida?

·         ¿Qué cosas concretas puedo hacer para que este amor crezca aún más?

La Eucaristía es ciertamente un gran misterio de la fe. Y María, nuestra Madre, nos da testimonio de que su fe va más allá de las apariencias sensibles y se abre a la presencia real de su Hijo, el Señor Jesús.

  Nos dice Juan Pablo II: «En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?» (Ecclesia de Eucaristía, 60).

·         ¿En mi vida cotidiana doy realmente una especial importancia a la Eucaristía?

·         ¿Suelo estar debidamente preparado para recibir al Señor Jesús Sacramentado?

·         ¿Qué voy hacer para prepararme mejor para el encuentro con el Señor en la Eucaristía?

Al nacer el Reconciliador de la humanidad, el Señor Jesús, vemos como Santa María “le envolvió en pañales y le acostó” (Lc 2,7) con todo su amor maternal.

·         ¿Qué me enseña Santa María al cuidar con tanto amor al Señor Jesús?

·         ¿Cómo debo yo mismo cuidar al Señor Jesús en la Eucaristía?

La Iglesia nos enseña que “la celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2177). Y es por ello que nuestra participación en la Eucaristía en el día domingo es fundamental.

·         ¿En mi vida concreta tiene la Eucaristía un papel central el domingo?

·         ¿Qué puedo hacer el domingo para prepararme aún mejor para participar en la Eucaristía?

Pidamos a Santa María, Mujer Eucarística, que interceda por nosotros y nos ayude a crecer en nuestro amor a la Eucaristía.


LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE MARÍA

El Pan eucarístico que recibimos es el verdadero Cuerpo nacido de María Virgen. Jesús es «carne y sangre de María». Podemos descubrir de esta forma una semejanza profunda entre el “hágase en mí” de María y el “amén” que cada fiel pronuncia antes de recibir el Cuerpo de Cristo. A María le pidió el ángel creer que Aquel que nacería de su seno era el Hijo de Dios y a nosotros se nos pide de manera análoga creer que es el mismo Señor Jesús quien está presente de forma verdadera, real y substancial bajo la apariencia del pan.

Referencias

[1] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 53.

[2] Lug. cit.

[3] Ver Hch 1,14.

[4] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 53.

[5] Lug. cit.

[6] Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, 31.

[7] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 53.

[8] Allí mismo, 59.

[9] Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, 14.

[10] Himno Adoro te devote.

[11] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 55.

[12] Lug. cit.

[13] Juan Pablo II, Meditación a la hora del Ángelus, 5/6/1983.

[14] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 57.

[15] Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 20.

[16] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 55.

[17] Lug. cit.

[18] Juan Pablo II, Mensaje en la conclusión del mes mariano, 28/5/1997.

[19] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 58.

[20] Lc 22,19.

[21] Jn 2,5.

[22] Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 56.

[23] Lc 22,19.

[24] Mt 28,20.

[25] Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, 19.

[26] Gál 2,20.

[27] Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 44.