lunes, 8 de septiembre de 2014

-Maria y la plenitud de los tiempos

La fiesta de la plenitud y el alivio (SS. Benedicto XVI)
Una fiesta como la de la Natividad de la Santísima virgen María, por la época en que se celebra —es decir, cuando el tiempo, después de los calores estivales, se hace más suave, y cuando la uva y tantos otros frutos llegan a madurar— expresa muy bien dos conceptos: el de la “plenitud de los tiempos” y el del alivio beneficioso aportado por el nacimiento de María.
Todo en el AT converge hacia el tiempo de la Encarnación, y en este punto comienza el NT. En ese momento de plenitud se inserta María, La Natividad de María —comenta san Andrés de Creta “representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo”.
La liturgia de la fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María reafirma en diversos tonos la idea de la plenitud de los tiempos: en la primera lectura del oficio se preanuncia el gran momento de la aparición de la íntima colaboradora de aquel que conseguiría la victoria definitiva sobre la serpiente infernal, aparición, por ello, destinada a iluminar a toda la iglesia.
El tema de la luz recurre constantemente en la Fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María: “Por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado”. “Cuando nació la Santísima Virgen, el mundo se iluminó”. “De Ti nació el Sol de la justicia”. Y junto al tema de la luz, obviamente, el tema de la alegría. “Que toda la creación… rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. “Celebremos con gozo el nacimiento de María”. “Tu nacimiento… anunció la alegría a todo el mundo”.

Plenitud de los tiempos, luz y alegría. Quizá se logre entender mejor lo que representa el nacimiento de la Virgen para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un encarcelado. Los días del encarcelado son largos, interminables… Cuenta los minutos de la última noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren: ¡ha llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables, contados uno a uno, nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de Jesús. Unos nombres se suceden a otros con monotonía: “Abrahán engendró a lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá… Jesé engendró a David, el rey. David engendró a Salomón…” (Mt 1,2.6ab). Hasta que suena, finalmente, la hora querida por Dios: es la plenitud de los tiempos, el inicio de la luz, la aurora de la salvación: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, el llamado Cristo” (Mt 1 .16).

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