Fátima: Profecía esencial para nuestro tiempo
Aportaciones de San Juan Pablo
II
1.
Al cumplirse los cien años de los acontecimientos de Fátima queremos acudir a
uno de los pontífices que más se han involucrado en la recepción y difusión del
mensaje que no dudamos en calificar como “profecía esencial” para nuestro
tiempo. San Juan Pablo II cuyo lema pontificio tiene una clara resonancia de
devoción y entrega a la Virgen María, vio la mano providente y maternal de
María en el atentado que sufrió un trece de mayo. Poco después de recuperarse,
el santo Pontífice quiso leer el texto del mensaje que se custodiaba en los
archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, como sabemos, pensó
inmediatamente en la gestión de la consagración pedida por la Virgen. Juan
Pablo II hizo tres viajes apostólicos a Fátima. Por su contenido doctrinal
queremos resaltar el primero de ellos, y concretamente su magisterio expresado
en la homilía del 13 de mayo de 1982. La enseñanza allí expuesta continua
teniendo una gran actualidad para una correcta hermenéutica de Fátima y su
mensaje.
Juan
Pablo II constataba que la maternidad que, por designio divino, se confirió a
María, su maternidad espiritual para con todos los hombres y particularmente
para los bautizados, se manifiesta de modo particular en los lugares donde ella
se encuentra con sus hijos, las casas donde ella habita y se siente una
especial presencia de la Virgen. Lugares particularmente privilegiados “donde
los hombres sienten particularmente viva la presencia de la Madre” son los
santuarios marianos, como Fátima y otros queridos explícitamente por la Virgen.
Éste es un fenómeno muy importante en la renovación de la Iglesia. Lourdes,
Fátima y otros muchos santuarios de toda la geografía mundial son como un imán
poderoso que, por la mediación materna de María, atraen a millones de personas
a Dios y las sustraen del mal y del pecado. Por esto, un servicio inestimable
de Juan Pablo II al mensaje de la Virgen en Fátima ha sido su reiterada
presencia en este importante santuario. El Cardenal Schonborn, en unas
inspiradas reflexiones que hacía algunos años atrás constataba que los
santuarios marianos del mundo son como el último puerto de salvación para la
Iglesia. Juan Pablo II, peregrinando a Fátima, enseñaba con su ejemplo que
estos lugares irradian luz, atraen a gente de todas partes y en ellos se
realiza de manera admirable aquel singular testamento del Señor crucificado por
el que “el hombre se siente entregado y confiado a María y allí acude para
estar con Ella como la propia Madre.
2.
En Fátima se expresa de modo intensa la maternidad espiritual de María. Según
San Juan Pablo II, “maternidad expresa solicitud hacía la vida del hijo” y por
esta solicitud, “María abraza a todos con una solicitud particular en el
Espíritu Santo”. Es muy importante esta observación del Papa. En la economía de
la salvación, es decir, en la realización histórica y concreta como Dios lleva
adelante su designio de salvación, María tiene un lugar en la misión del
Espíritu Santo acontecida en Pentecostés. En este sentido, Juan Pablo II
formuló una magistral aportación mariológica en Fátima: “La maternidad
espiritual de María es una participación al poder del Espíritu Santo, de Aquél
que da la vida”.
Así pues, María, en sus intervenciones, sean
ordinarias o extraordinarias, siempre se hace presente para nuestra salvación,
para nuestra vida en el sentido más pleno. Así lo expresa Juan Pablo II: “La
solicitud de la Madre del Salvador es la solicitud para la obra de la
salvación, la obra de su Hijo. Es solicitud para la salvación, para la eterna
salvación de todos los hombres”. Y observaba que no es difícil constatar este
amor salvífico de la Madre abraza con su rayo de manera particular “nuestro
siglo”.
Otro principio hermenéutico fundamental de
Fátima es expresado magistralmente así por San Juan Pablo II: “A la luz del amor
materno comprendemos todo el mensaje de la Señora de Fátima. Aquello que más
directamente se opone al camino del hombre hacia Dios es el pecado, el
perseverar en el pecado y, finalmente, la negación de Dios”. No es casualidad
que la intervención salvífica de María el año 1917 acontezca precisamente en
unos momentos oscuros de la humanidad cuando por primera vez el pensamiento
humano ha formulado una ateísmo teórico que trata de implantar en unos
proyectos de construcción del mundo sin Dios y, hay que decirlo, en contra de
Dios. Proyectos que sólo generarán y generan desolación y ruina. A esta
realidad se refiere Juan Pablo II al decir: “La programada eliminación de Dios
del mundo del pensamiento humano. El apartar de El toda la actividad terrena
del hombre. El rechazo de Dios por parte del hombre”. Ya Pío XII había señalado
como mal supremo la pérdida del sentido de Dios y del pecado.
3.
La Virgen en Fátima viene una vez más en nuestra ayuda contra la serpiente
infernal y su ilusorio proyecto de “ser como Dioses”. Juan Pablo II, recordó
solemnemente en este primer viaje a Fátima que “en realidad la eterna salvación
del hombre sólo se da en Dios y que el rechazo de Dios por parte del hombre, si
deviene definitivo, guía lógicamente al rechazo del hombre por parte de Dios, a
la eterna condenación.
¿Cómo no va a intervenir la Madre ante un
panorama tan peligroso y pavoroso para los hijos que le han sido confiados? El
Papa lo formulaba así: “¿Puede la Madre, que con toda la potencia de su amor
que nutre en el Espíritu Santo desea la salvación de todo hombre, callar ante
aquello que amenaza las bases mismas de esta salvación? ¡Claro que no
puede!”. Como tampoco la Iglesia puede callar con una falsa misericordia
ante el mal y el pecado que amenazan la ruina de sus hijos. La incomprensión
hacia estas manifestaciones de María, como Fátima, por parte de los fieles
resulta incomprensible en una lógica de fe pues estas intervenciones expresan
la solicitud salvífica de Dios y que se realiza en la mediación de María.
La
intervención extraordinaria de Fátima responde a una situación de grave peligro
para la humanidad, del peligro mayor que siempre consiste en la muerte
espiritual y en la frustración definitiva de nuestro destino eterno. Por esto,
recuerda Juan Pablo II, el mensaje de la Señora de Fátima, tan materno, al
mismo tiempo es fuerte y decidido, casi pareciendo severo. Este mensaje,
continuaba exponiendo Juan Pablo II en aquella homilía del primer viaje, se
dirige a todos los hombres pues el amor de la Madre del Salvador alcanza hasta
donde llega la obra de la salvación. En el espacio y en el tiempo, y por esto
el mensaje de Fátima es actual, profecía para nuestro tiempo. Añade el Santo
Pontífice que objeto de la premura materna son todos los hombres de nuestra
época, y al mismo tiempo, las sociedades, las naciones y los pueblos. Las
naciones amenazadas por la apostasía y por la degradación moral, precisaba en
santo Pontífice con palabras que, a casi cuatro decenios después de ser
pronunciadas, evidencian su alcance profético. Y Juan pablo II aseveraba: “El
hundimiento de la moralidad conlleva el hundimiento de la sociedad”. Deberíamos
prestar también atención a unas palabras que san Juan Pablo II utilizó el año
1991 en una fórmula de consagración realizada en su segundo viaje a Fátima:
“Muestra que eres Madre, Sí, continua a mostrarte Madre para todos, porque el
mundo te necesita. Las nuevas situaciones de los pueblos y de la Iglesia son
todavía precarias e inestables. Existe el peligro de sustituir el marxismo con
otra forma de ateísmo que, adulando la libertad tiende a destruir las raíces de
la moral humana y cristiana…”. Hoy nosotros pondríamos nombres muy concretos a
este nuevo ateísmo que ya no es un peligro sino una realidad y que está
arruinado nuestras sociedades.
4.
¿Y cuál es el verdadero remedio? La Virgen propone la consagración a su Corazón
Inmaculado. La última parte de la histórica homilía de Juan Pablo II en Fátima
el día 13 de mayo de 1982 nos ayudará a comprender el verdadero significado de
esta importante petición de María en Fátima.
Para San Juan Pablo II, consagrar el mundo al
Corazón Inmaculado de María, significa acercarse, mediante la intercesión de la
Madre, a la misma “Fuente de la Vida”. ¿Cómo no darse cuenta de la similitud de
esta expresión de Juan Pablo II con otra que hemos vivido hace muy poco? Me
refiero obviamente al hilo conductor del Año Santo de la Misericordia y
expresada así: “Corazón de Jesús, Fuente de Misericordia”. Para Juan Pablo II,
esta Fuente brotó en el Gólgota y de manera ininterrumpida brota con la
redención y con la gracia. En ella se realiza ininterrumpidamente la reparación
por los pecados del mundo y de manera incesante es fuente de vida nueva y de
santidad.
Hace algunos años, en un opúsculo breve pero
profundo, un buen mariólogo español, el P. Joaquín María Alonso, explicaba que
la Consagración es un acto de la virtud de la religión perfectísimo, por el que
se entrega a Dios, por medio de la Virgen, la persona humana con todo lo que es
y tiene. Añadiríamos en perspectiva cristocéntrica que sólo existe una
Consagración perfectísima y que es la que Cristo hizo de sí mismo al Padre por
todos nosotros. A ésta consagración nosotros, por medio de María, estamos llamados
a incorporarnos de la manera más perfecta posible. San Juan Pablo II lo
explicitó claramente en una de las fórmulas de consagración que formuló
acogiendo el pedido de Fátima. Dijo: “He aquí que, encontrándonos hoy ante ti,
Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la
Iglesia, unirnos a la consagración que, por amor nuestro, tu Hijo hizo de sí
mismo al Padre cuando dijo Yo
por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en la verdad…Queremos
unirnos a nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres,
la cual, en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y de
procurar la reparación”. Ésta es la fuente de toda consagración por parte
nuestra. En la misma fórmula de consagración, San Juan Pablo II advertía que
“el poder de esta consagración dura por siempre, abarca a todos los hombres,
pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es
capaz de sembrar en el corazón del hombre y en su historia; y que, de hecho, ha
sembrado en nuestro tiempo”. Cristo puede hacer, el único, esta consagración en
representación de toda la humanidad, pues El es por derecho propio cabeza de la
humanidad, Adán definitivo. Y unida indisolublemente a Cristo, María, nueva
Eva, asociada a la Redención a título del todo singular.
5.
En esta perspectiva, entendemos mejor la enseñanza de Juan Pablo II en la
homilía de su primer viaje a Fátima. El Santo Pontífice insiste en que
consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María significa retornar al pie de
la Cruz del Hijo, quiere decir consagrar este mundo al Corazón traspasado del
Salvador, situarlo de nuevo en la fuente misma de su Redención. Juan Pablo II
recuerda una vez más que “la Redención es siempre mayor que el pecado del
hombre y el pecado del mundo y que el poder de la Redención supera siempre y de
manera infinita toda la gama del mal que hay en el hombre y en el mundo”. La
Consagración al Corazón Inmaculado de María, instrumento del Espíritu Santo,
podemos decir, nos conduce perfectamente a la acción salvífica de Cristo y por
ella al Padre.
María, explica San Juan Pablo II, nos llama
no sólo a la conversión necesaria para acoger la Redención, sino que nos llama
a dejarnos ayudar por Ella, Madre, para retornar a la fuente de la Redención.
Así, consagrarse a María significa dejarse ayudar por ella para ofrecernos
nosotros mismos y la humanidad a Aquel que es Santo, infinitamente Santo. Y
dejarse ayudar por Ella, recorriendo a su Corazón de Madre, abierto al pie de
la cruz al amor hacia todo hombre y hacia todo el mundo, para ofrecer el mundo,
el hombre, la humanidad y todas las naciones a Aquel que es infinitamente
Santo y cuya santidad se ha manifestado en la Redención realizada por el
Sacrificio de la Cruz. Y Juan Pablo II vuelve al texto de Jn 17, 19 donde
Cristo mismo nos da la clave de comprensión: “Por ellos yo me consagro a mí
mismo”. De esta forma, concluye, Juan Pablo II, es imposible no ver que el
contenido de la llamada de la Señora de Fátima no esté enraizado de la forma
más profunda en el Evangelio y en toda la Tradición, y, por esto, la Iglesia se
siente comprometida con este mensaje.
6.
San Juan Pablo II recuerda que se presentaba a Fátima movido por una urgencia
trepidante, se presentaba ante la Virgen releyendo con inquietud la llamada
materna a la penitencia y a la conversión porque “ve cuántos hombres y cuántas
sociedades, cuántos cristianos, han recorrido un camino en dirección opuesta a
la indicada por el mensaje de Fátima”. Y constataba que “el pecado ha ganado un
fuerte derecho de ciudanía en el mundo y que la negación de Dios se ha
difundido ampliamente en las ideologías, en las representaciones del mundo y en
los programas de los hombres”. Por esto recordaba que la llamada evangélica a
la penitencia y a la conversión hecha por la Virgen es siempre actual, y en
aquel momento, sesenta y cinco años después de 1917, era todavía más urgente.
¿No lo será todavía más ahora cuando se cumple los 100 años?
Finalizamos con una consideración muy
importante de San Juan Pablo II. Se refiere a la actualidad constante de
Fátima, a lo que nosotros hemos llamado “profecía esencial”. El Papa, al final
de esta histórica homilía que hemos glosado, nos decía que “la llamada de María
no es puntual, sólo para una ocasión. Está siempre dirigida a las nuevas
generaciones, según los siempre nuevos signos de los tiempos. Se debe por esto
volver incesantemente a esta llamada y acogerla siempre de nuevo”. Y en esta
perspectiva, hay que renovar una y otra vez la espiritualidad de la
consagración y la práctica diligente de los pedidos de la Señora de Fátima. San
Juan Pablo II prestó un inestimable servicio al mensaje de Fátima acudiendo al
Santuario, difundiendo el mensaje en su totalidad, realizando la consagración
pedida y promoviendo los medios para la constante vivencia del llamado de
Fátima. Al final de su pontificado nos dejo, en esta perspectiva, tres perlas
preciosas: la carta apostólica sobre el Rosario, la encíclica sobre la
Eucaristía y la carta en forma de motu propio, Misericordia Dei, sobre la
Penitencia. Tres caminos imprescindibles para transitar el camino que Dios, en
Fátima, y por medio de la Virgen, nos ha dado para acoger su Salvación.
*Benedicto
XVI, el 13 de mayo de 2010, nos recordaba que “se equivoca quien piensa que la
misión profética de Fátima está acabada”.
Dr.
Juan Antonio Mateo García
Sociedad Mariológica Española