jueves, 26 de junio de 2014

- Le revolución de la ternura

La revolución de la ternura iniciada con la Encarnación del Hijo de Dios incluye la alegría de estar cerca de todos y de cada uno. El estilo mariano de la Iglesia se expresa en la proximidad de la humildad, el acercamiento, el encuentro y el cariño.

El papa Francisco vincula las nociones de Pueblo y Madre para hablar de la Iglesia. Le gustan las imágenes familiares y femeninas de la Iglesia: casa, esposa, madre, viuda. La Iglesia es una madre de corazón abierto
Sigue a Aparecida, que mira la Iglesia “como una madre que sale al encuentro”. Resalta la maternidad pastoral de todo el Pueblo de Dios.  

La Iglesia es y debe ser una madre que abre las puertas de su casa no sólo para que entren más hijos sino para que los que viven en el hogar salgan al encuentro de todos.
Las metáforas referidas a la Iglesia como madre, casa y hospital son elocuentes. Recordando sus dichos al presbiterio de Buenos Aires Francisco insiste en preferir una Iglesia que salga, sea itinerante y callejera, aunque pueda accidentarse, y no miedosa, quieta y encerrada, lo que le lleva a enfermarse.
 Una Iglesia herida, doliente y compasiva puede desplegar una comunicación pastoral, simbólica y efectiva, cordial y solidaria de la Misericordia de Dios a la humanidad contemporánea.     



 La casa de la Madre es como un hospital de campaña después de la batalla que recoge, alivia, cuida y cura a los hijos heridos en la vida y en la fe.





- Y el Papa dijo sobre Fátima

También yo he venido como peregrino, con devoción a los pies de la Virgen de Fátima, a esta “casa” que María ha elegido para hablarnos en estos tiempos modernos.

 He venido a Fátima para gozar de la presencia de María y de su protección materna. 
 He venido a Fátima, porque hoy converge hacia este lugar la Iglesia peregrina, querida por su Hijo como instrumento de evangelización y sacramento de salvación. 
 He venido a Fátima a rezar, con María y con tantos peregrinos, por nuestra humanidad afligida por tantas miserias y sufrimientos, y confío al cielo a todos los pueblos y naciones de la tierra.
 En Dios, abrazo de corazón a sus hijos e hijas, en particular a los que padecen cualquier tribulación o abandono, deseando transmitirles la gran esperanza que arde en mi corazón y que aquí, en Fátima, se hace más palpable. Nuestra gran esperanza hunde sus raíces en la vida de cada uno de vosotros, queridos peregrinos presentes aquí.

 Dentro de siete años volveréis aquí para celebrar el centenario de la primera visita de la Señora “venida del Cielo”, como Maestra que introduce a los pequeños videntes en el conocimiento íntimo del Amor trinitario y los conduce a saborear al mismo Dios como el hecho más hermoso de la existencia humana. Una experiencia de gracia que los ha enamorado de Dios en Jesús, hasta el punto de que Jacinta exclamaba: “Me gusta mucho decirle a Jesús que lo amo. Cuando se lo digo muchas veces, parece que tengo un fuego en el pecho, pero no me quema”. Y Francisco decía: “Lo que más me ha gustado de todo, fue ver a Nuestro Señor en aquella luz que Nuestra Madre puso en nuestro pecho. Quiero muchísimo a Dios”.  La Virgen los ha ayudado a abrir el corazón a la universalidad del amor. En particular, la beata Jacinta se mostraba incansable en su generosidad con los pobres y en el sacrificio por la conversión de los pecadores. Sólo con este amor fraterno y generoso lograremos edificar la civilización del Amor y de la Paz.


 Se equivoca quien piensa que la misión profética de Fátima está acabada.Aquí resurge aquel plan de Dios que interpela a la humanidad desde sus inicios: “¿Dónde está Abel, tu hermano? [...] La sangre de tu hermano me está gritando desde la tierra” (Gn 4,9). El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpirla... En la Sagrada Escritura se muestra a menudo que Dios se pone a buscar a los justos para salvar la ciudad de los hombres y lo mismo hace aquí, en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera mandaros, como acto de reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y como súplica por la conversión de los pecadores?” 

Con la familia humana dispuesta a sacrificar sus lazos más sagrados en el altar de los mezquinos egoísmos de nación, raza, ideología, grupo, individuo, nuestra Madre bendita ha venido desde el Cielo ofreciendo la posibilidad de sembrar en el corazón de todos los que se acogen a ella el Amor de Dios que arde en el suyo.
 Al principio fueron sólo tres, pero el ejemplo de sus vidas se ha difundido y multiplicado en numerosos grupos por toda la faz de la tierra, dedicados a la causa de la solidaridad fraterna, en especial al paso de la Virgen Peregrina. Que estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones impulsen el anunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María para gloria de la Santísima Trinidad.
Benedicto XVI
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Homilía de su Santidad Juan Pablo II

BEATIFICACIÓN DE LOS PASTORCITOS DE FÁTIMA,FRANCISCO Y JACINTA MARTO
SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE FÁTIMA
Sábado 13 de mayo de 2000
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Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" . Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza ardiente" del Altísimo.
….
3. "Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12, 3).
Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.
¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.
El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.
Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).
Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".
….
Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.
…….
7. "Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".
Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.
Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.

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.En una audiencia general en Roma, el día 15 de mayo 1991, refiriéndose a su visita a Fátima el Papa Juan Pablo II insistía:
"El Corazón de la Madre de Dios es un corazón de Madre que toma a su cuidado no sólo a los hombres, sino también pueblos enteros y naciones.

Este corazón está totalmente dedicado a la misión salvífica de Cristo Redentor en el mundo, Redentor de los hombres."

- Fátima, nuestra esperanza


Propuestas de una nueva forma de trabajar para salvar el presente y el futuro de nuestra humanidad desconcertada y sufriente, inspiradas en el Mensaje de Fátima:

1- Trabajar para que el “PROPIO CORAZON HUMANO“ (empatia, ternura, confianza mutua, valoración de la persona como tal, sentimiento interpersonal positivo…) guie las relaciones interpersonales por encima de todo interés frio y egoista y sea el centro directivo del actuar a fin de ir mejorando el “nosotros” y no solo el “yo”, y paso a paso, dia a dia, junto, hacer posible que triunfe la solidaridad entre las personas, las familias, pueblos y naciones, siguiendo la llamada dada en Fatima: “Mi corazón triunfará y en el mundo habrá paz”.
2- Apostar por el diálogo en las relaciones humanas, un diálogo acogedor y un trato sereno alejado de crispación y descalificaciones: buscar lo que une y evitar el rechazo al diferente o al discrepante. No apoyar ninguna ideologia excluyente y totalitaria ni favorecer nunca lo que pueda llevar al desprecio al contrario.
3- Redescubrir la propia capacidad de tener positividad, interés y cercania hacia personas, culturas, religiones, filosofias o visiones de la vida, la sociedad o la politica que sean distintas a las propias o las mas aceptadas en el entorno en el que uno vive.
4- Renunciar a un modo de relacionarse con superioridad cultural o social respecto al otro de nivel educativo o de limitada capacidad de expresión. Y valorar nuevos modos de comunicación no verbal como la sonrisa, la gestualidad o gesto cercano que permite al otro sentirse al mismo nivel de relación interpersonal.
5- Permitir que aflore un nuevo modo de relación basado en la semejanza y la cordialidad; desterrar tópicos del tipo “la mejor defensa es un buen ataque “…. Buscar en el diálogo intercultural valores, pensamientos y metas de solidaridad, cercania para un mutuo enriquecimiento.

- El Amor materno de Dios

Poder gritar desde lo más intimo de uno mismo:  “¡Mamá!”  y saber que eres escuchado...


Entra en esta escuela para aprender a conocer este Dios que es todo Corazón – que no es más que un corazón-, y es un Corazón de Madre. 


¿No pueden rezar mucho tiempo, están cansados de palabras, disgustados de fórmulas, exasperados por los gestos? 


Lo que siempre podrán hacer es lanzar este grito que también es la oración más profunda: “¡Mamá!” hacia el Corazón de Jesús por el Corazón de María.”


Para que nuestra alma florezca en la confianza y que el grito elemental de nuestro corazón: “¡Mamá!” suba hacia Él de una manera muy espontánea, en conformidad plena con nuestra naturaleza, Dios nos dio este camino maternal, el corazón virginal de la Madre del Hijo único, como una forma infalible para alcanzar Su Corazón.

Nuestro grito hacia ella sube hacia Él, y es ella que lo lleva mezclando toda la imploración de su corazón. Amarle a Ella, es amarle a Él, pues Ella sólo quiere a Él en ella.

Entre usted en esta escuela para aprender a conocer este Dios que es todo Corazón – que no es más que un corazón, y es un Corazón de Madre. ¿No pueden rezar mucho tiempo, están cansados de palabras, disgustados de fórmulas, exasperados por los gestos? Lo que siempre podrán hacer es lanzar este grito que también es la oración más profunda: “¡Mamá!” hacia el Corazón de Jesús por el Corazón de María.”

miércoles, 25 de junio de 2014

- Vida nueva y alegría

El Papa Francisco ha escrito una hermosa llamada a vivir la Alegría del Evangelio. Veamos algunos textos de este precioso documento:
1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría…

2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.

3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.
Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!

8. Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
272. El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1 Jn 3,14) y «no ha conocido a Dios» (1 Jn 4,8). Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios», y que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar». Por lo tanto, cuando vivimos la mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro, se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento suicidio.
273. La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias necesidades. Dejará de ser pueblo.
274. Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!

286. María es la que sabe transformar la cueva de animales de las afueras de Belén en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».

288. Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización. 
Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). Con María avanzamos confiados hacia esta promesa, y le decimos:
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz 
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera la Iglesia evangelizadora.
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos 
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya.

-El triunfo del corazón

Es el momento del triunfo del Inmaculado Corazón, porque Ella comenzará a develar todos los misterios de la vida de su Hijo. Y lo hará a través del rezo del Santo Rosario, cordón umbilical que une a la Madre con los hijos. Cordón que es principio vital. Ella es "Mediadora de todas las Gracias" y el Santo Rosario, el canal por donde Cristo envía las gracias a las almas.

Ahora que nos disponemos a la preparación de la segunda venida de Cristo, aparece como protagonista, como Nueva Eva, la Santísima Madre de Dios, quien traerá a Cristo no ya desde su seno, sino desde su mismo Corazón en el que guardaba y meditaba todos los misterios de la Vida de Cristo. Los guardaba para momentos oportunos que la Divina Providencia establecería, momentos de preparación para la segunda venida de su Hijo. Es el momento del triunfo del Inmaculado Corazón, porque Ella comenzará a develar todos los misterios de la vida de su Hijo. Y lo hará a través del rezo del Santo Rosario, cordón umbilical que une a la Madre con los hijos. Cordón que es principio vital. Ella es "Mediadora de todas las Gracias" y el Santo Rosario, el canal por donde Cristo envía las gracias a las almas.
Ella, la Nueva Eva, para hacer triunfar su Inmaculado Corazón, necesita de sus apóstoles y discípulas como su Hijo se valió de ellos. El prototipo de este apóstol, de este discípulo es San Juan, discípulo amado de Cristo que cuidó de la Madre de Dios como el tesoro más grande. Él es el Apóstol que nos representa a todos como hijos de Ella y que fue solemnemente proclamado como tal al pie de la Cruz por Cristo mismo (Jn. 19, 26-27).
Nosotros nos sentimos llamados a ser esos apóstoles y discípulas al servicio de ese triunfo del Inmaculado Corazón. Triunfo que radicará en la apertura del corazón de los hombres a la infinita Misericordia de Cristo. Misericordia que es la esencia del cristianismo y del mensaje de Cristo.
Para que la Santísima Virgen pueda realizar esta obra es imprescindible que sus apóstoles y discípulas se consagren a su Inmaculado Corazón y estén en continua unión con Ella a través de ese cordón vital que es el Santo Rosario, rezado diariamente, en lo posible en familia. Consagrándonos a Ella será como podremos ser instrumentos dóciles para que Ella triunfe en nosotros contra el Maligno. Ella ya triunfó al nacer Inmaculada, pero ahora quiere volver a triunfar ya no Ella personalmente como cuando aplastó la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3, 15), sino en nosotros. Ella quiere aplastar la cabeza de la serpiente a través de nosotros, sus hijos, desde el corazón de cada uno de nosotros. Ese triunfo se dará en la medida en que creamos, aceptemos y confiemos plenamente en la infinita Misericordia de Cristo. Consistirá por tanto, en una conversión sincera y profunda a Cristo su Hijo.
Debemos, como apóstoles de Ella, llevarle almas por todos los medios para que se consagren, reparen y confíen en el Inmaculado Corazón y dejen obrar a Ella plenamente en sus corazones haciendo de ellos una mansión para Dios.
Nos inspiramos en los escritos de San Luis María Grignión de Montfort. Él habla proféticamente de los apóstoles de los últimos tiempos, al servicio de la Santísima Virgen en preparación para la segunda venida de Cristo que tendrá lugar el día y la hora menos pensada. Lo expresa de manera particular en la llamada: "oración abrasada". Día y hora que ni el Hijo de Dios sabía con ciencia comunicable. Pero esperaremos este día como si fuera a acaecer en el mismo día en que estamos viviendo. Cada día esperaremos al Señor y por eso cada día la Iglesia lo llama en el acto más importante, sagrado y santo que dejó Cristo: la Santa Misa. En ella decimos, en el momento más solemne, después de la consagración de las especies sagradas: "anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ven Señor Jesús". Y la Iglesia, Esposa de Cristo, no podía dejar de hacerlo diariamente, puesto que su divino Esposo nos enseña en el Padrenuestro a decir también diariamente: "venga a nosotros tu Reino". Ese es el espíritu indicado por Cristo y su Esposa. Porque "el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida" (Ap. 22, 17). Y "el que testifica estas cosas dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús" (Ap. 22, 20) Maranatha!!!".
Porque "En un momento, en un abrir y cerrar  de ojos, al último toque de la trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados" (I Cor. 15, 52). ¡Vuelve! ¡Oh, vuelve! Vuelve por tu pueblo, Oh Señor... Tu Esposa dice: ¡Vuelve! ¡Oh vuelve! El Espíritu y la Esposa dicen: "Ven". ¿Dónde está oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (I Cr. 15, 55). "Por tanto no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios" (cf. I Tes. 5, 6); "pues el mismo Señor, a una orden, a la voz del arcángel, al sonido de la trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero; después nosotros, los vivos, los que quedemos, junto con ellos, seremos arrebatados en las nubes al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos siempre con el Señor" (I Tes. 4, 16-18).
¡Vuelve!...¡Vuelve! Pero...¿Quién es el que vuelve? ¿Acaso no lo sabes aún? Su Nombre: "¡Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz!" (Is. 9,6). Paciente esperaré su regreso y ha llegado la hora. Sus señales ya están cumplidas... Por eso le he dicho: yo quiero lo que quieras Tú por cuanto mi confianza eres Tú y sé que Tú encenderás mi lámpara, y alumbrarás mi camino para llegar hasta Ti. Y es que ¡Él reina con poder!, por eso le alabo y le canto Salmos, pues aún no te imaginas ¡Cuan bello es Jesús...mi Señor! 
"¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!" (Sal. 34, 9). Por tanto te invito a que compartas conmigo Su Belleza y Su Amor, ¡Ven Señor Jesús! pues Él regresa pronto a  buscarme, y a ti también...
Es el tiempo del triunfo de su Inmaculado Corazón, es el tiempo del triunfo de la Misericordia de Cristo. Dos realidades, dos misterios inseparables. Antes del Juicio final el tiempo de la Misericordia: así lo expresó el mismo Cristo a Santa Faustina: "Antes de venir como Justo Juez, vendré como Rey de Misericordia. Precediendo el día de la Justicia, habrá una señal en el cielo, dada a los hombres. Toda luz será apagada en el firmamento y en la tierra" (Diario 83). Pero "la misericordia triunfó sobre la justicia" (Diario, 1572).
Todo aquel que se considere llamado por Ella, por la Madre de Dios a emprender esta batalla, tendrá en este Instituto las puertas abiertas con todas las exigencias de Cristo y con todas las promesas de Cristo, la Vida Eterna y el gozo de haber servido en esta vida, sin dar tregua, a la causa del Triunfo del Inmaculado Corazón tan querido y deseado por Cristo y manifestado en Fátima. Porque la Virgen María misma dijo: "Mi Hijo quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón, a quien la abrazare, le prometo la salvación; y estas almas serán amadas con predilección por Dios, como flores puestas por mí para adornar su trono" (13 de junio de 1917).