El Papa Francisco ha escrito una hermosa llamada a vivir la Alegría del Evangelio. Veamos algunos textos de este precioso documento:
1. La alegría del Evangelio llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan
salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría…
2. El gran riesgo del mundo actual, con su
múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que
brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada.
Cuando la vida interior se clausura en los
propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres,
ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya
no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese
riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres
resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena,
ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que
brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar
y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal
con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de
intentarlo cada día sin descanso.
No hay razón para que alguien piense que esta
invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada
por el Señor”. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un
pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos
abiertos.
Éste es el momento para decirle a Jesucristo:
«Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy
otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo,
Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores».
¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos
hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos
nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó
a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22)
nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus
hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este
amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a
empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede
devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos
declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos
lanza hacia adelante!
8. Sólo gracias a ese
encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz
amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la
autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que
humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción
evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el
sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
272. El amor a la gente es una fuerza
espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien
no ama al hermano «camina en las tinieblas» (1 Jn 2,11), «permanece en la muerte» (1
Jn 3,14) y «no ha conocido a
Dios» (1 Jn 4,8).
Benedicto XVI ha dicho que «cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte
también en ciegos ante Dios», y
que el amor es en el fondo la única luz que «ilumina constantemente a un
mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar». Por lo tanto, cuando vivimos la
mística de acercarnos a los demás y de buscar su bien, ampliamos nuestro
interior para recibir los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que nos
encontramos con un ser humano en el amor, quedamos capacitados para descubrir
algo nuevo de Dios. Cada vez que se nos abren los ojos para reconocer al otro,
se nos ilumina más la fe para reconocer a Dios. Como consecuencia de esto, si
queremos crecer en la vida espiritual, no podemos dejar de ser misioneros. La
tarea evangelizadora enriquece la mente y el corazón, nos abre horizontes
espirituales, nos hace más sensibles para reconocer la acción del Espíritu, nos
saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Simultáneamente, un misionero
entregado experimenta el gusto de ser un manantial, que desborda y refresca a
los demás. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien
de los demás, deseando la felicidad de los otros. Esa apertura del corazón es
fuente de felicidad, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35). Uno no vive mejor si escapa de
los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se
encierra en la comodidad. Eso no es más que un lento suicidio.
273. La misión en el corazón del pueblo no es
una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un
momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no
quiero destruirme. Yo soy una
misión en esta tierra, y para
eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego
por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí
aparece la enfermera de alma, el docente de alma, el político de alma, esos que
han decidido a fondo ser con los demás y para los demás. Pero si uno separa la
tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y
estará permanentemente buscando reconocimientos o defendiendo sus propias
necesidades. Dejará de ser pueblo.
274. Para compartir la vida con la gente y
entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es
digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su
lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino
porque es obra de Dios, criatura suya. Él la creó a su imagen, y refleja algo
de su gloria. Todo ser humano es objeto de la ternura infinita del Señor, y Él
mismo habita en su vida. Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa
persona. Más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece
nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola
persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser
pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el
corazón se nos llena de rostros y de nombres!
286. María es la que sabe
transformar la cueva de animales de las afueras de Belén en la casa de Jesús,
con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del
Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que
no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la
espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de
esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la
justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por
la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una
verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama
incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas
advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las
historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte
de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus
hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción
maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los
santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos
que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí
encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de
la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal
y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu
Madre?».
288. Hay un estilo mariano en la actividad
evangelizadora de la
Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer
en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad
y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no
necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Mirándola descubrimos
que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y
«despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53)
es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la
que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). María sabe reconocer las
huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en
aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en
el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la
mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la
prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y
ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un
modelo eclesial para la evangelización.
Le rogamos que con su oración maternal
nos ayude para que la Iglesia
llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga
posible el nacimiento de un mundo nuevo. Es el Resucitado quien nos dice, con
una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: «Yo
hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
Con María avanzamos confiados hacia esta promesa, y le decimos:
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonarla
Buena Noticia de Jesús.
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que nacierala Iglesia
evangelizadora.
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Tú, estremecida de gozo,
cantaste las maravillas del Señor.
Tú, que estuviste plantada ante la cruz
con una fe inquebrantable
y recibiste el alegre consuelo de la resurrección,
recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu
para que naciera
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
para llevar a todos el Evangelio de la vida
que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga.
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación,
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede porla Iglesia ,
de la cual eres el icono purísimo,
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
madre del amor, esposa de las bodas eternas,
intercede por
para que ella nunca se encierre ni se detenga
en su pasión por instaurar el Reino.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya. manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
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