En un “mundo que sufre la crisis de una gran orfandad, tenemos una
Madre que nos acompaña y nos defiende". ha dicho el Papa en la Misa Matutina en
Santa Marta el día en el que la Iglesia celebra la Virgen María de los Dolores y dijo: “En el Manto de la Virgen no puede
entrar el diablo.”
El Evangelio nos
lleva al Calvario. Todos los discípulos han huido, menos Juan y algunas
mujeres. A los pies de la Cruz está María, la Madre de Jesús. Todos la miraban,
afirma el Papa, diciendo:“Esta es la
Madre de este delincuente. Es la madre de este subversivo”. “Y María escuchaba
estas cosas. Sufría unas humillaciones terribles. También escuchaba a
los grandes, a algunos sacerdotes, que ella respetaba, porque eran sacerdotes:
‘Tú que eres tan bueno, ¡baja! ¡Baja de la Cruz!’. Con su Hijo desnudo, allí.
María tenía un sufrimiento muy grande, pero no se fue. No renegó del Hijo. ¡Era
su Carne!”. Así era María, estaba allí, con el Hijo, con un sufrimiento muy
grande”.
“Jesús prometió no
dejarnos huérfanos y en la Cruz nos dio a su Madre como nuestra Madre”. “Nosotros
los cristianos tenemos una Madre, la misma de Jesús, tenemos un Padre, el mismo
de Jesús. ¡No estamos huérfanos! Y Ella nos da a luz en ese momento de tanto
dolor: es verdaderamente un martirio. Con el corazón contrito, acepta darnos a
luz a todos nosotros en aquel momento de dolor. Y desde aquel momento Ella se
convierte en nuestra Madre, desde aquel momento Ella es nuestra Madre, la que
nos cuida y no se avergüenza de nosotros: nos defiende”.
Los primeros místicos
rusos, recuerda Francisco, nos aconsejaban refugiarnos bajo el manto de la
Madre de Dios en el momento de las turbulencias espirituales: “Allí no puede
entrar el diablo. Porque Ella es Madre y como Madre nos defiende.
Después Occidente
siguió ese consejo e hizo la primera antífona mariana: ‘Sub tuum praesidium’
(‘Bajo tu manto, me refugio, oh Madre’. Allí estamos seguros”.
“En un mundo que
podemos definir como ‘huérfano’, concluye el Papa, en este mundo que sufre la
crisis de una gran orfandad, quizás venga en nuestra ayuda decir: ‘Mira a tu
Madre’. Tenemos quien nos defienda, nos enseñe, nos acompañe, que no se
avergüence de nuestros pecados. No se avergüenza, porque ella es Madre.
Que el Espíritu
Santo, este amigo, compañero de viaje, este abogado que el Señor nos ha
enviado, nos haga entender este misterio tan grande de la maternidad de María”.
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