sábado, 13 de junio de 2015

- El Corazón Inmaculado de María

La celebración del Inmaculado Corazón de María está relacionado con su Inmaculada Concepción, que es el dogma de fe que declara, que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado desde su concepción. Fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854.


La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María nos llama a la

purificación: ser puros para que Jesús resida en nosotros. Y nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.

La fiesta del Inmaculado Corazón de María sigue a la del Sagrado Corazón de Jesús. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: “María conservaba estas cosas en su corazón”.
El corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Ángel sobre su Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la noche de Belén, o la adoración de los pastores ante el pesebre, y la presencia, un poco más tarde, de los Magos con sus dones,… y la profecía del anciano Simeón, y las preocupaciones del viaje a Egipto.
Más tarde, el corazón de María sufrió por la pérdida de Jesús en Jerusalén a los doce años de edad, según lo relata San Lucas en el evangelio. Pero María conservaba todas estas cosas en el corazón….
Jamás olvidaría los acontecimientos que rodearon a la muerte de su Hijo en la Cruz, ni las palabras que le oyó decir: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y al mirar a Juan ella nos vio a todos nosotros. Vio a todos los hombres. Desde aquel momento nos amó con su Corazón de madre, con el mismo Corazón que amó a Jesús.
Pero María ejerció su maternidad desde antes que se consumase la redención en el Calvario, pues Ella es Madre nuestra desde que prestó su colaboración a la salvación de los hombres en la Anunciación.
En el relato de las bodas de Cana, San Juan nos revela un rasgo verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta disposición a las necesidades de los demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante.


La devoción al Corazón de María no es una devoción más. Nos lleva a aprender a tratar a nuestra Madre con más confianza, con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento: no sólo se dirigen a ellas cuando están en gravísimas necesidades, sino también en los pequeños apuros que le salen al paso. Las madres les ayudan a resolver los problemas más insignificantes. Y ellas – las madres – lo han aprendido de nuestra Madre del Cielo.

jueves, 11 de junio de 2015

- Fátima profecía de una crisis que sigue

FÁTIMA: la profecía de una crisis y la promesa de un triunfo ansiosamente esperado

Ha pasado casi un siglo desde que ocurriera el gran suceso de Fátima (1917), cuando Nuestra Señora, mensajera de Dios, se apareció a tres pequeños pastorcillos para darles un mensaje muy importante y para ofrecer su intersección maternal a una humanidad afligida por el pecado, una humanidad más narcotizada que nunca por una secularización cada vez mayor.

La Sagrada Virgen María es la Reina de un reino ansiosamente esperado, previsto según su promesa e imprevisto según su tiempo; la esperanza de un nuevo milenio para los hijos de la Luz, para las fuerzas militantes del Pueblo de Dios que, movidas por el Espíritu Santo en medio del desorden y de la inquietud, se dirigen hacia el seguro puerto descrito en el sueño de San Juan Bosco, y que apunta a los dos pilares de la salvación: la Sagrada Eucaristía y la Virgen María.


Nuestra Señora lanzó un claro y profundo mensaje en Cova de Iría en 1917, un mensaje que muy pocos han aceptado en sus vidas: la Consagración a Su Inmaculado Corazón, que está insatisfecho, para que, según las instrucciones que le dio a la Hermana Lucía, evitáramos los errores del comunismo y las consecuencias de las guerras y de las persecuciones a la Santa Iglesia y al Santo Padre. Pero la debilidad humana y la fallida respuesta a la llamada divina están determinando irremediablemente el escenario tan perverso y espantoso de nuestros días y del que somos testigos desamparados.
Este desagradable escenario es como un río desbordado que nos ahoga cada día, inundando nuestros caminos, nuestras plazas, nuestras ciudades y todo el mundo. Los canales de televisión y las estaciones de radio están contaminados por una cloaca de mentiras, donde no hay ninguna referencia a Dios para edificación de la sociedad; además, tenemos a nuestro alrededor promotores de conquistas fáciles, como los  políticos y hombres de estado, poco gratificantes, que, al servicio de hábiles direcciones,  hacen falsas promesas que poco después se convierten en nada.

La crisis que se previó y se dio a conocer en 1917 está ahora floreciendo a gran escala: poco menos de un siglo después nos encontramos en la cuenta atrás para reducir estos tiempos de iniquidad, tiempos preparados por los falsos mitos de la ciencia que, más que nunca, se atreven a desafiar la creatividad omnipotente de Dios mediante la modificación y la anulación de la ley natural, basada en la acción procreadora de la familia, que es la única fuente de vida y la única escuela de valores perennes y universales.

Una desorientación que es provocada, que desplaza las mejores conciencias y que confunde las más rigurosas inteligencias, que está cegada por un lujurioso deseo de poder y fama, que es llevada por el mal camino mediante una ilusión satánica llena de falsas promesas, que parten de que debemos ser fieles hasta el final en el servicio de los bienes. Nuestra Señora habló a los tres pequeños pastorcillos con objeto de “eliminar el orgullo de nuestros corazones y exaltar la humildad”, en un momento de apostasía militante con objeto de anular el dogma de la Fe y de tumbar verdades absolutas. La Iglesia sufre por la traición de sus ministros que, habiendo sido absorbidos por la vorágine de la corrupción, sacan a sus ovejas fuera del redil, y las dejan indefensas para discernir la voz de su pastor.
Nos encontramos ahora en el umbral de la Gran Promesa de Fátima, de aquella Mujer Vestida de Sol, en el amanecer de una nueva era de paz: Ella, quien triunfará gracias a un repentino y misterioso acto, que revestirá a la humanidad con una nueva luz, la radiante luz del Inmaculado Corazón de María, Esposa de Cristo, quien reza continuamente, llora y sufre con Su Iglesia por la pérdida de Sus hijos, suspirando hasta el último momento por su salvación, como hace una madre en el momento de dar a luz una nueva vida.
Francesca Bonadonna
Famiglia Domani