jueves, 19 de mayo de 2022

- María, Madre de Jesús, recibió células fetales de su Hijo

El microquimerismo fetal: La Virgen María y su hijo Jesús:

María Santísima en su embarazo, e incluso después de dar a luz, habría recibido por tanto, a través de su cordón umbilical, algunas células fetales de Jesús, en este caso: ¡divinas células fetales! Y Jesús, a su vez, habría recibido, y por tanto tendría en Sí mismo, también las células de María. Por tanto, el Señor, durante Su Resurrección, trajo consigo las células humanas de María para resucitar también, y de hecho San Pablo dice que: “quien está en Cristo resucita con Él”.

Al mismo tiempo María, con su dormición, trajo consigo lo que tenía en su cuerpo: las células divinas de Jesús. De hecho, entre sus otras prerrogativas, María tiene también la función que Dios le ha encomendado, es decir, la de llevar a Cristo a toda la humanidad.

Dios quiso crear este intercambio, permitió este intercambio, quiso que Él se hiciera hombre, “mezclándose” con nosotros las criaturas en todo, menos en el pecado. Cristo se encarnó en María, la única criatura, la Inmaculada Concepción, y ella se convirtió en Madre de toda la humanidad.

Resumen del artículo que sigue: Tenemos un interesante artículo sobre el fenómeno que se llama microquimerismo fetal que explica la particular «armonía» que se establece entre la madre y su hijo, incluso si un embarazo no llega a término, o si tiene un aborto espontáneo, estas células siguen migrando por el torrente sanguíneo. Si el corazón de una madre sufre una lesión, las células fetales se apresurarán al sitio de la lesión y se transformarán en diferentes tipos de células que se especializan en la reparación del corazón. El niño ayuda a reparar a la madre, mientras que la madre construye al niño, es la razón por la cual algunas enfermedades desaparecen durante el embarazo. La presencia de células masculinas en algunas mujeres son una «herencia» de sus hijos, que han dejado esta «marca».

Se podría decir que María Santísima en su embarazo, e incluso después de dar a luz, habría recibido algunas células fetales de Jesús a través de su cordón umbilical, en este caso, divinas células fetales, Y Jesús, a su vez, habría recibido, y tendría en Sí mismo, las células de María. Va a resultar que lo de la María en la corredención tiene incluso una base física…

A menudo escuchamos a las madres decir que aunque hayan dado a luz durante mucho tiempo, su hijo es como si fuera siempre y para siempre "parte de ellas".

Veamos ahora que tal vez esta intuición materna tenga algo verdaderamente científico. De hecho, durante la gestación un pequeño número de células fetales atraviesan la placenta para entrar en el torrente sanguíneo de la madre y anidar en los tejidos de los órganos de la madre, una verdadera huella del niño en la madre. Este fenómeno se llama microquimerismo fetal, se conoce desde hace tiempo, pero veamos ahora algunos aspectos:

Tras el embarazo, el sistema inmunitario de la madre se deshace de las células fetales que quedan en la sangre, pero las ya integradas en los tejidos maternos, como pluripotentes, que son capaces de transformarse en cualquier tipo de célula, pasan “desapercibidas”, escapando así a la depuración.

En efecto, en los embarazos gemelares se ha visto que el fenómeno es aún más acentuado, porque el intercambio de microquimios es más complejo, al haber más elementos.

Las microquimeras fetales suelen acechar en la glándula tiroides, donde se regula el metabolismo, y en el cerebro, y precisamente desde aquí podríamos explicar ese tipo particular de "armonía" que se establece entre la madre y su hijo. También se encuentran en la glándula pituitaria, una glándula utilizada para la producción de leche por parte de la glándula mamaria. Luego las microquimeras fetales podrían jugar un papel en la lactancia, indicando al cuerpo de la madre cuándo y cómo producir leche. Incluso si un embarazo no llega a término, o si tiene un aborto espontáneo, estas células aún migran al torrente sanguíneo.

Las investigaciones han demostrado que si el corazón de una madre sufre una lesión, las células fetales se apresurarán al sitio de la lesión y se transformarán en diferentes tipos de células que se especializan en la reparación del corazón. El niño ayuda a reparar a la madre, mientras que la madre construye al niño. ¡Maravilloso!

Esta es a menudo la razón por la cual algunas enfermedades desaparecen durante el embarazo. Es sorprendente cómo el cuerpo de la madre protege al bebé a toda costa, y el bebé protege y reconstruye a la madre a cambio, para que pueda desarrollarse de manera segura y sobrevivir. Pensemos en los antojos de embarazo por un momento. ¿Qué necesitaba la madre para que el niño la hiciera desear?

¿Cómo surgió todo esto?

Los investigadores encontraron, durante las autopsias, la presencia de células masculinas en algunas mujeres, excepto en mujeres que habían tenido trasplantes y transfusiones, y se comprobó que eran "herencia" de sus hijos, que habían dejado esta "marca".

Más tarde se descubrió que durante muchos años, e incluso durante toda la vida, las mujeres portaban estas células en el cuerpo: en una mujer que murió a los 94 años se constató que las células masculinas de su hijo aún estaban presentes!

También hay que decir que en este intercambio, que se produce a través del cordón umbilical, también se da el paso de células de madre a hijo (microquimerismo materno).

Este descubrimiento explica cómo el intercambio emocional físico entre madre e hijo tiene una base científica, y ahora lo demuestra.

También es fascinante el hecho de que la madre no rechaza, con su sistema inmunológico, y no destruye las células del niño insertadas en su cuerpo.

Si eres madre sabes cómo puedes sentir instintivamente a tu hijo, incluso cuando no está.

Bueno, ahora hay pruebas científicas de que las madres llevan a su bebé en su cuerpo durante años y años después de dar a luz.

Permítanme ahora hacer mi propia reflexión sobre esto, disculpándome si es demasiado arriesgado.

*Podría decirse que María Santísima en su embarazo, e incluso después de dar a luz, habría recibido por tanto, a través de su cordón umbilical, algunas células fetales de Jesús, en este caso: ¡divinas células fetales! Y Jesús, a su vez, habría recibido, y por tanto tendría en Sí mismo, también las células de María. Por tanto, el Señor, durante Su Resurrección, trajo consigo las células humanas de María para resucitar también, y de hecho San Pablo dice que: quien está en Cristo resucita con Él.

Al mismo tiempo María, con su dormición, trajo consigo lo que tenía en su cuerpo: las células divinas de Jesús. De hecho, entre sus otras prerrogativas, María tiene también la función que Dios le ha encomendado, es decir, la de llevar a Cristo a toda la humanidad.

Dios quiso crear este intercambio, permitió este intercambio, quiso que Él se hiciera hombre, “mezclándose” con nosotros las criaturas en todo, menos en el pecado.

Cristo se encarnó en María, la única criatura, la Inmaculada Concepción, y ella se convirtió en Madre de toda la humanidad.

Por lo tanto, la madre no es simplemente un “envoltorio” para el hijo, pues, a partir de la concepción, se establece entre ellos una relación de intercambio profundo, psíquico, pero también físico.

Cuando Cristo en la cruz, en el Evangelio de Juan, capítulo 19, versículos 26-27, confía su Madre a este discípulo, y el discípulo a la Madre, Dios hace a todos los hombres "hijos de María", que están representados en Juan.

Así es como esta participación en la vida humana de Cristo impregna así toda su vida vivida en la tierra, pero Dios quiso tanto ser partícipe de los hombres, que hizo que su "huella" permaneciera en María, Madre de todos nosotros, para que considerémonos verdaderamente hijos de María y de la descendencia humana de Cristo.

San Pablo puede, por tanto, decir: “Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que han muerto. Porque si la muerte vino por causa de un hombre, también la resurrección de los muertos vendrá por causa de un hombre; y como todos mueren en Adán, así todos recibirán la vida en Cristo”.

Así como Adán propagó las consecuencias del pecado original a toda la humanidad, y no sólo en el espíritu con la lujuria, sino también en el físico con la enfermedad y la muerte, así Cristo dio a todos los hombres la posibilidad de la salvación de las almas con el Bautismo y la Eucaristía, y luego con todos los Sacramentos en el espíritu, pero también con la resurrección de los cuerpos al final del mundo, con su transformación en un verdadero Hombre.

Por tanto, ser hijos de Dios e hijos de María adquiere, tras este descubrimiento, un poco más de nota: en efecto, como decimos en el Ave María: ¡el Señor está contigo, ya que no sólo está espiritualmente, sino también físicamente!

Además, y precisamente a la luz de este artículo, podemos pues contemplar esa belleza del intercambio mutuo: la interpenetración del uno en el otro, y por tanto precisamente ese vínculo que se establece entre madre e hijo, haciéndose así íntimo y único, no sólo durante el período de embarazo, pero también después del parto: ¡el niño vive en la madre y la madre en el niño "para siempre"!

Se podría pensar en madres que han perdido a un hijo, e hijos que han perdido a su madre, ya que, sin darse cuenta, siguen vinculados, y no se han perdido del todo el uno al otro, habiendo quedado como "huella" de ella, también. como en sus corazones, hasta en sus cuerpos! y así su vínculo perdura y supera todo desapego y toda pérdida...

La vida es realmente un milagro y también es un verdadero misterio aún por descubrir. Las leyes de la física y la medicina están ahí, pero aún no las hemos descubierto todas.

Y quizás también, a través de este “descubrimiento”, Dios es como si quisiera recordarnos que: matar al otro es un poco como matarse a uno mismo…

Así como muchos salmos terminan en gloria, también nosotros exclamamos: "Aquí está la obra del Señor: ¡una maravilla a nuestros ojos!"

***Aquí el artículo cientifico sobre el tema: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1002/bies.201500059).

 


miércoles, 11 de mayo de 2022

- María en Belén y en el Calvario

 En la cueva de Belén, la Virgen María, cuando oía gemir a su hijo, el Niño Jesús, ella se cogía a la madera del pesebre. Ciertamente, en el nacimiento de Jesús en Belén, el niño fue puesto en un pesebre y su madre, cuando lo oía llorar, se cogía a la madera y lo acunaba para tranquilizarlo.

Igualmente, muchos años después, en el Calvario, María también se abrazaba a la cruz cuando oía los gritos agónicos de su hijo a punto de expirar el aliento y deseaba estar con él en esos momentos trascendentales. En la gruta de Belén, María engendró a un hijo. El Hijo eterno del Padre, que existía desde el principio y existirá eternamente, quiso hacerse uno como nosotros. María, la que le llevó al mundo, no podía ser otra que la única pura e inmaculada.

De este modo, en Nochebuena, María dio al mundo a su hijo, el Hijo de Dios. En la cruz, en cambio, cuando Jesús vio que estaba a punto de expirar y de entregar al Padre su último aliento mortal, decidió que era el momento apropiado para dar al mundo una madre, María. Aquí sus palabras, dirigidas al discípulo pero dirigidas también a toda la humanidad: «Aquí tienes a tu madre».

En Belén, María se cuidaba de un niño recién nacido pero que estaba marcado ya con los signos de la pasión. Era un niño fajado, como un muerto; puesto dentro de un pesebre, símbolo del sepulcro en el que sería depositado después de descender de la cruz. Y al recibir la visita de los tres magos, Jesús es obsequiado con mirra, producto utilizado por embalsamar. La cruz estaba plantada ya en el pesebre. En cambio, en el Calvario, María contemplaba cómo Jesús era coronado con la corona de espinas, símbolo de aquella gloria que cantaban los ángeles en su nacimiento. Y sobre él estaba el rótulo que lo proclamaba rey, aquella realeza que le fue otorgada con el oro de los magos que le dieron en la gruta de Belén.

Entre el misterio de la encarnación, el nacimiento de Jesús, y el misterio de la Pascua, el de la muerte y resurrección, hay un camino trazado por el que transita toda la historia de la salvación. Jesús nació para morir en la cruz y resucitar por nosotros y por nuestra salvación. Y en un momento y en el otro María, su madre, está presente. No es sólo un simple testigo silencioso, sino que su misión es ir tejiendo la humanidad de Jesús para que en ella se manifieste el estallido glorioso de su divinidad. De este modo, las palabras de Cristo en la cruz, sus últimas palabras, encuentran su perfecta síntesis en lo que hemos oído en el libro del Apocalipsis: «Entonces, el que se sentaba en el trono, afirmó: “Yo haré que todo sea nuevo”»

María es, pues, aquella que no sólo nos muestra a Cristo, sino que nos muestra quién es Cristo: en su encarnación se manifestó de forma sublime su humanidad, y en su pasión y resurrección se manifestó de manera excelsa su divinidad. Cristo es, pues, el auténtico Dios y el auténtico hombre. Es el único que ha podido superar el abismo que existía entre Dios y la humanidad. Cristo es aquél que nos ha hecho partícipes de la vida divina para que a través de nuestra pobre humanidad seamos conducidos hacia la vida eterna que no tiene fin.

Ya hemos dicho antes que el libro del Apocalipsis nos hablaba de «el que se sentaba en el trono»: ¿quién es el que se sienta en el trono sino Jesús? ¿Y quién es el auténtico trono sino María? María es la Sede de la Sabiduría, en su regazo se sienta aquel que ya estaba presente en el momento de la creación del mundo.

Uno de los nombres que ha hecho más fortuna por llamar a María es el de Trono de la Sabiduría que es Cristo. Este nombre aparece en el siglo XI, y lo encontramos, por ejemplo, en la letanía que se reza con el Rosario.

María es el Trono de la Sabiduría en dos sentidos. Primeramente, porque llevó en su seno al Hijo de Dios, que es la Sabiduría encarnada; y en segundo lugar, porque libremente acogió la Palabra de Dios y la conservó amorosamente, esforzándose en comprender sus misterios que, poco a poco, se manifestaban. Su bienaventuranza, según el mismo Jesús, no consiste en haber dado a luz al Cristo de la Entronización según la carne, sino en haber creído y acogido la Palabra de Dios como ninguna otra persona. Por eso María, Madre de Dios, es llamada Trono de la Sabiduría. Este nombre de María, que como hemos visto está bien fundamentado en la tradición bíblica y teológica de la Iglesia, ha dado lugar, además, a un tipo iconográfico, una forma clásica de representar a María con Jesús niño en su regazo.

La Virgen María también ha ido tejiendo nuestra humanidad para que pudiéramos llegar a Jesucristo. «Aquí tienes a tu madre». Aquí tenemos a nuestra madre. Hagámosle sitio en nuestra vida y en nuestro corazón. Contemplemos a María, la llena de gracia y la que nos muestra el camino de la santidad. Pongámonos delante de ella, que es Madre de la Iglesia, y presentémosle nuestras alegrías y nuestras esperanzas, nuestras angustias y nuestras tristezas. Al igual que cuidó de su hijo en la gruta de Belén y al pie de la cruz, también cuidará de nosotros en todo momento.