Sé del amor que le tienen a
la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero
declarar: Virgen de la Puerta, «Madre de Misericordia y de la Esperanza».
En esta hermosa e histórica plaza nos congregamos para encontrarnos con la
«Mamita de Otuzco». Sé de los muchos kilómetros que tantos de ustedes
han hecho para estar hoy aquí, reunidos bajo la mirada de la Madre. Esta plaza
se transforma así en un santuario a cielo abierto en el que todos queremos
dejarnos mirar por la Madre, por su maternal y tierna mirada. Madre que conoce
el corazón de los norteños peruanos y de tantos otros lugares; ha visto sus
lágrimas, sus risas, sus anhelos.
Ella nos
sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el camino a la vida
auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que sabe acompañar a cada
uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos acompaña y lleva hasta la Puerta
que da Vida porque Jesús no quiere que nadie se quede afuera, a la intemperie.
Así
acompaña «la nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que
está esperando su regreso y muchas veces no saben cómo volver. Decía San
Bernardo: «Tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas
de este mundo, en medio de borrascas y tempestades: mira la Estrella e invoca a
María». Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la
Puerta de Misericordia y nos deja con Él. No quiere nada para sí, nos lleva a Jesús.
María será siempre una Madre mestiza, porque en su corazón
encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los medios para
amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la ternura con que Dios
quiere estar cerca de cada poblado, de cada familia, de vos, de mí, de todos.
Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco que hoy
junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta, «Madre de Misericordia y
de la Esperanza».
Cómo
deseo que esta tierra que tiene a la Madre de la Misericordia y la Esperanza
pueda multiplicar y llevar la bondad y la ternura de Dios a cada rincón.
Porque,
queridos hermanos, no hay mayor medicina para curar tantas heridas que un
corazón que sepa de misericordia, que un corazón que sepa tener compasión ante
el dolor y la desgracia, ante el error y las ganas de levantarse de muchos y
que no saben cómo hacerlo.
Hermanos,
la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de Esperanza, nos muestra el
camino y nos señala la mejor defensa contra el mal de la indiferencia y la
insensibilidad.
Ella
nos lleva a su Hijo y así nos invita a promover e irradiar una «cultura de la
misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una
cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada
cuando vea el sufrimiento de los hermanos». Que la Virgen les conceda esta
gracia.
Al final del evento, el Santo Padre coronó a la Virgen de la Puerta como
Madre de la Misericordia y la Esperanza.
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