La fiesta de la plenitud y el
alivio (SS. Benedicto XVI)
Una
fiesta como la de la
Natividad de la
Santísima virgen María, por la época en que se celebra —es
decir, cuando el tiempo, después de los calores estivales, se hace más suave, y
cuando la uva y tantos otros frutos llegan a madurar— expresa muy bien dos conceptos:
el de la “plenitud de los tiempos” y el del alivio beneficioso aportado por el
nacimiento de María.
Todo
en el AT converge hacia el tiempo de la Encarnación , y en este punto comienza el NT. En
ese momento de plenitud se inserta María, La Natividad de María
—comenta san Andrés de Creta “representa el tránsito de un régimen al otro, en
cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura,
sustituyendo lo antiguo por lo nuevo”.
La
liturgia de la fiesta de la
Natividad de la
Santísima virgen María reafirma en diversos tonos la idea de
la plenitud de los tiempos: en la primera lectura del oficio se preanuncia el
gran momento de la aparición de la íntima colaboradora de aquel que conseguiría
la victoria definitiva sobre la serpiente infernal, aparición, por ello,
destinada a iluminar a toda la iglesia.
El
tema de la luz recurre constantemente en la Fiesta de la Natividad de la Santísima virgen María:
“Por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado”. “Cuando nació la Santísima Virgen ,
el mundo se iluminó”. “De Ti nació el Sol de la justicia”. Y junto al tema de
la luz, obviamente, el tema de la alegría. “Que toda la creación… rebose de
contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. “Celebremos
con gozo el nacimiento de María”. “Tu nacimiento… anunció la alegría a todo el
mundo”.
Plenitud
de los tiempos, luz y alegría. Quizá se logre entender mejor lo que representa
el nacimiento de la Virgen
para la humanidad si se tiene en cuenta la condición de un encarcelado. Los
días del encarcelado son largos, interminables… Cuenta los minutos de la última
noche que transcurre en la cárcel. Después, finalmente, las puertas se abren:
¡ha llegado la hora tan esperada de la libertad! Esos minutos interminables,
contados uno a uno, nos recuerdan las páginas evangélicas de la genealogía de
Jesús. Unos nombres se suceden a otros con monotonía: “Abrahán engendró a
lsaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá… Jesé engendró a David, el
rey. David engendró a Salomón…” (Mt 1,2.6ab). Hasta que suena, finalmente, la
hora querida por Dios: es la plenitud de los tiempos, el inicio de la luz, la
aurora de la salvación: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual
nació Jesús, el llamado Cristo” (Mt 1 .16).
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