En la
fiesta de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, leemos en el Evangelio: “junto a la
cruz de Jesús estaban su madre…Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo
que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu
madre.» Y desde aquella hora, el
discípulo la recibió en su casa.” Este texto recoge sin duda
alguna el mayor dolor que sufrió la Virgen María, ver a su Hijo en la Cruz y
sabiendo que iba a morir.
Jesús quiso desde el principio unir a su
Madre a su acción redentora y María, que había dado el "sí" a la
encarnación, al pie de la cruz aceptó el ser nuestra Corredentora, se unió a la
entrega de su Hijo y le ofreció al Padre como la única Hostia propiciatoria por
nuestros pecados.
Desde la Cruz, Jesús, derramó su gracia sobre
nosotros de manera desbordante; nos explicó sin palabras la lección magistral
de Amor; dio su vida por nosotros... y por si fuera poco nos dio a su Madre.
Esas palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo... ahí tienes a tu
madre", no sé qué resonancias tendrían en el corazón de la Virgen, por lo
desproporcionado del cambio, pero sí sé cómo resuenan en mi interior sabiendo
que Ella es mi Madre.
Que la Virgen sea nuestra Madre nos está
invitando no sólo a amarla, sino sobre todo a imitarla. Imitar sus virtudes: su
silencio, su humildad, su disponibilidad a los planes de Dios, su fortaleza en
el sufrimiento, su caridad, su esperanza.
María, vivió todo esto unida a Cristo, su
Hijo, y eso es lo que desea para nosotros, que vivamos unidos a Él. Con Él,
todo lo podemos, hasta lo más difícil. Si no sabemos el camino para llegar a
Él, acudamos a la Madre y ella nos guiará.
Monasterio de Sta. Ana (Murcia) Monjas dominicas, 15 septiembre 2017