La devoción al Corazón de María, voluntad expresa de Dios
Ocurren
estas apariciones en 1917, el momento culminante de la era mariana, llamada así
por Pío XII, cuando el mundo ya había comenzado a recibir los castigos de sus
crímenes, que el Señor sólo evitaría por la intervención de su Santísima Madre.
Por
eso repite, en cierto modo, la entrega que hiciera de Ella desde la Cruz como
Madre de la humanidad. Esta vez lo hace señalando el
foco de su indecible amor: Su Inmaculado Corazón. Y es así que
decide solemnemente, marcando la historia con un día bendito, dar a los hombres
de nuestro tiempo esa santa devoción, como verdadera áncora de salvación.
A poco que nos detengamos en este anuncio,
veremos que no se trata de un simple pedido,
sino de una sentencia del Altísimo. Es la voluntad expresa de Dios, brotada de
su infinita misericordia.
La
devoción al Corazón de María fue preparada por enviados suyos, Santa Gertrudis,
Santa Brígida, San Juan Eudes, San Antonio María Claret…
Dios
siempre prepara los corazones y en este caso lo hizo de manera muy especial, de
modo que el 13 de junio de 1917 no era desconocida. Recordemos que al comienzo
del siglo anterior el Papa Pío VII enseñaba:
“El Corazón de María, la Madre
de Dios y Madre nuestra, es el Corazón amabilísimo, objeto de las complacencias
de la Adorable Trinidad, y
digno de toda la veneración y ternura de los Ángeles y los hombres, el Corazón
más semejante al de Jesús, cuya imagen más perfecta es María, Corazón lleno de
bondad y de gran manera compasivo de nuestras miserias. (Pío
VII, 18 de agosto de 1807).
La devoción al Inmaculado Corazón de María es
conveniente y necesaria para el mundo en que vivimos
Es el recurso máximo y extremo de la misericordia
de Dios, que nos señala a nosotros el
objeto de su propio amor, con su voluntad misericordiosa de contagiarnos al
menos una pequeña parte de su divino amor.
Es el tesoro precioso que nos regala el Sacratísimo
Corazón de Jesús, como lo
manifiesta la pequeña Beata Jacinta Martos de Fátima cuando dice a su prima
Lucía:
“Dile a todos que el Sagrado Corazón de Jesús
quiere que a su lado sea venerado el Inmaculado Corazón de María”.
Recordemos también estas palabras de Jacinta “Diles
que la paz debemos pedirla por medio del Corazón de María”. En el
Mensaje de Fátima se nos dice claramente que es la única forma en que podemos
recibir el don de la paz para el mundo. A esta devoción está concedido el don
preciosísimo de la paz.
La fiesta del Corazón Inmaculado de María
La
culminación del desarrollo de una devoción en la Iglesia es, indudablemente, su
celebración litúrgica. Por eso, siendo tan importante el llamado de Dios por la
devoción al Inmaculado Corazón de María, se entiende que Sor
Lucía haya pedido al Papa esa fiesta con la misma vehemencia con que pidió la
consagración de Rusia y los Cinco Primeros Sábados: El 2
de diciembre de 1940, ella rogaba además de esos dos actos,
“que la fiesta en honor del
Inmaculado Corazón de María se extienda a todo el Mundo como una de las principales de
la Santa Iglesia” (Cartas y otros documentos).
El 4 de marzo de 1944 el Papa
Pío XII extendió a toda la Iglesia la fiesta litúrgica del Inmaculado Corazón
de María asignándole la fecha de la octava de la Asunción, el 22 de agosto.
Al
hacerlo, el Papa quiso dejar expresado que esta fiesta se instituía para
obtener por medio de la intercesión de María “la paz entre las naciones,
libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la
práctica de las virtudes”, Pío XII resumía así los pedidos de
Fátima, para remedio a los males que ya estaban en el mundo.
Posteriormente,
con la reforma del Vaticano II, la fiesta fue cambiada para el sábado siguiente
al viernes de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Fue un paso atrás,
porque los sábados hay muy pocas misas por la mañana y por la tarde se celebra
la dominical. Sumando a esto el olvido de los pedidos de la Virgen, la fiesta quedó prácticamente anulada en el calendario del Novus Ordo…
La urgencia de instaurar esa devoción al Inmaculado
Corazón de María
La devoción al
Inmaculado Corazón de María es condición para evitar los castigos que
estamos viviendo y los que ya atisbamos en el horizonte.
Es doloroso presenciar el olvido de los pedidos de
la Virgen, como es el caso de la devoción de desagravio de los Primeros Sábados, cuando la cantidad de blasfemias a la Madre del
Señor multiplican su veneno por la divulgación globalizada que se realiza por
todos los medios. Esas blasfemias son pecados “de los que claman al Cielo”.
Y también es doloroso ver cómo se cumplen
inexorablemente los anuncios del 13 de julio de 1917 por no ser realizada la
consagración de Rusia por el
Papa con todos los obispos del mundo, y que por ambas omisiones “Rusia sigue
esparciendo sus errores por el mundo”, “el Papa y los buenos tienen mucho que
sufrir…”.
Causa estupor comprobar que estamos viviendo
tiempos donde las cosas más sublimes no llegan a conmover a los hombres y mujeres que están desesperados por servir a los ídolos de
barro entronizados por las fuerzas del mal en los “altares” modernos por todos
los medios, aún dentro de los propios hogares, donde en otros tiempos existía
la religiosidad o al menos la intimidad, gobernada por los padres de familia.
Posiblemente haya mucho de ignorancia, ya que los
conceptos han sido trastocados por una confusión espantosa que aumenta día a
día. Por eso mismo nosotros, hijos de la Iglesia, tenemos una obligación
grave de difundir con precisión y urgencia los pedidos de Nuestra Señora.
Por ello, en este momento dramático de la historia
de la Iglesia, suplicamos ardientemente al Santo Padre la realización de los
pedidos ya conocidos de la Madre de Dios y Reina del Mundo, a saber:
La Consagración
de Rusia realizada por Su Santidad en unión con todos los Obispos del mundo al
Inmaculado Corazón de María; la Bendición por parte de Su Santidad, de la
devoción reparadora de los Primeros Sábados del mes, haciéndola pública por
todo el mundo, y la restauración de la fiesta del Inmaculado Corazón de María
para sea celebrada en todo el Mundo como
una de las principales de la Santa Iglesia.
El mundo de hoy está gobernado
por las fuerzas del mal. El demonio sugiere toda clase de caminos para la
perdición de las almas, y esas sugerencias llegan por los medios de
comunicación a lo más íntimo de los hogares.
El oponerse firme y
diametralmente es la única forma de salvar el alma y de vivir en paz, aún con
tribulaciones y luchas.
El demonio, en efecto, nos invita a adorar a los ídolos
de barro: el poder, el dinero y el sexo. El Corazón de María nos ayuda a adorar
a Jesucristo, verdadero Dios, “presente en todos los Sagrarios de la tierra”. El demonio nos engaña con el
menosprecio de esa Divina Presencia Real, con la Comunión hecha
indignamente. El Ángel de Fátima nos enseña a postrarnos con la frente sobre la
tierra ante la Santísima Eucaristía y nos invita, por medio del Corazón de su
Madre, a desagraviarlo, creer en El, adorarlo, esperar en Él y amarlo.
El demonio ha inducido a que
prevalezcan doctrinas mariológicas que minimizan a la Virgen.
La
devoción al Corazón de María la alaba como Reina del Universo, y a la vez la
toma como Madre tiernísima y llena de misericordia.
El
demonio ha desatado una ola de blasfemias a la Madre de Dios,
que
le clavan espinas muy dolorosas en su Corazón Esta devoción a su Corazón
Inmaculado es un acto de desagravio que intenta arrancar esas espinas y le
brinda nuestro consuelo filial.
El
demonio nos lleva a la desacralización, La devoción al Corazón de María nos
lleva a la consagración personal de las familias, personas y naciones.
El
demonio “ha introducido modas que ofenden mucho al Señor”. La Virgen nos lleva
a la modestia y el recato en el vestir.
El
demonio quiere apoderarse del mundo,
por
medio de los errores de Rusia: el ateísmo militante, las guerras de odio, el
control de las conciencias, la falta de libertad individual, los “gulags”
contra los desidentes, el aborto alentado y financiado por el Estado, el odio a
la Religión,… convertidos en terribles aberraciones y crímenes. El Corazón de
María nos promete la Paz.
El
demonio está llevando a gran parte de la Iglesia a la apostasía. La devoción al
Corazón de María con el rezo diario y confiado del Santo Rosario, es garantía
de la verdadera fe católica.
La
no aceptación de este llamado es una terrible ingratitud hacia Dios, y es la
prolongación del verdadero suplicio que está sufriendo la Iglesia y la humanidad.
La
devoción al Corazón Inmaculado de María, además de ser consuelo y gozo para
nuestras almas, nos libra de las asechanzas del enemigo y nos permite cumplir
los votos y promesas del Bautismo: renunciar a Satanás a sus pompas y a sus
obras, y ser fieles a la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Pidamos a la Santísima
Virgen aparecida en Fátima que nos conceda la
gracia de grabar en nuestra memoria y en nuestros corazones la voluntad del
buen Dios, dichas y repetidas por Ella misma en Fátima: “Jesús
quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado”.