Nos encaminamos
hacia la conmemoración del Centenario de las apariciones de Fátima.
Bien sabe
la Iglesia que Fátima no es “una advocación más” de la Virgen. Lo que ocurrió en
1917 en ese rincón de Portugal, ha sido y continúa siendo como una ventana de
esperanza que Dios abre cuando el hombre le cierra la puerta, según lo expresó
Benedicto XVI el 13 de mayo de 2010. Bien lo sabía también san Juan Pablo II,
que en tres ocasiones viajó a esa “casa” de María...
El 13 de
octubre de 2013, aniversario de la última aparición de la Virgen, Francisco
hizo en Roma un acto de consagración delante de su imagen, traída desde Fátima.
Diez días más tarde, quiso dedicar la Audiencia de los miércoles a mirar a
María como imagen y modelo de la Iglesia (...) “en el orden de la fe, del amor
y de la unión perfecta con Cristo”. Dijo el Papa que, así como la fe de María
es el cumplimiento de la fe de Israel (...) en este sentido es el modelo de la
fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito
de Dios.
En el
orden de la caridad, así como María llevó a Jesús, la Iglesia también lo hace: esto
es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! Exclamaba el Papa Francisco. María,
modelo de unión con Cristo. Explicó el Papa que María cumplía todas sus
acciones en unión perfecta con Jesús. Pero esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une
al Hijo en el martirio del corazón y en el ofrecimiento de la vida al Padre para
la salvación de la humanidad.
El
reconocimiento de la maternidad divina de María es, pues, un fruto de ese
infalible “instinto sobrenatural” de los fieles que desde siempre han disfrutado
la certeza de ser realmente hijos de María. En la misma ocasión, meditando las
palabras de Jesús a su Madre al pie de la cruz (Jn 19, 27), explicaba Francisco
que ellas tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento,
la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. (...) La “mujer” se
convierte en nuestra Madre en el momento en que pierde al Hijo divino. Y su
corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a
todos, y los ama como los amaba Jesús.
A partir
de ese momento, la Madre de Jesús es también Madre de los hombres y comienza a
cuidar de ellos: en el Calvario mantiene
encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica
con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y
de verdadera alegría.
María es ejemplo
de aquel amor maternal que es necesario cultivar para dar a luz a Jesucristo en
las almas. El Papa dirá ahora que hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora
de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario
de la ternura y del cariño
La
“revolución de la ternura”, que el Papa quiere promover en la Iglesia para el
bien de todos los hombres, tiene en María su paradigma y su esperanza: Al pie
de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María.
Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo
lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio.(...) Ella es la
misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los
corazones a la fe con su cariño materno.
La hora
de la Cruz y la de la Resurrección, siempre contiguas e inseparables en la
historia de la Esposa de Cristo, han
sido también, en todo momento, horas de recogimiento en torno a Nuestra Madre
Santa María.
Quiera
Dios que, al exaltar la Iglesia solemnemente en nuestros días la amorosa
Maternidad espiritual de la Señora, y su incansable y todopoderosa Mediación
por nosotros ante su Hijo, resuene eficazmente en la conciencia de los cristianos,
y a través de ellos, en toda la
Humanidad, el eco de su buen consejo: Haced lo que Él os diga”.
MARIA, MADRE y MEDIADORA,
ESPERANZA DE LA IGLESIA EN LA HORA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN - Documento del Obispo de Minas, 2015